martes, 11 de septiembre de 2018

SABER MIRAR


Saber mirar 
es envolver y transformar.
Acariciar,
leer y 
amar.

Saber amarme
es dejar que te mire.
Es dejarme mirar
y es,
sobre todo,
dejarme ser.

Isabel Salas

domingo, 2 de septiembre de 2018

RAZONES



Pasarme varias horas al día analizando la personalidad de alguien y buscándole virtudes para seguir amándolo es, sin lugar a dudas, una señal clara de que ya no lo quiero.

No sé cómo funcionan la mente y el corazón de los demás, pero los míos tienen una tendencia innata a seguir amando y conservar las relaciones incluso cuando ya no están tan brillantes como al iniciarlas. Intento hacerme creer a mí misma que es normal que se apague la intensidad de los primeros tiempos y que lo que quedó templado y sin volumen, es amor del bueno, como lo fue y como lo seguirá siendo hasta el final de los siglos, amén.

No es que funcione muy bien esa tentativa, pero no desisto de nadie antes de haber agotado todas las posibilidades. Debe ser un poco por culpa de mi tendencia suicida a la fidelidad y otro poco porque sé lo difícil que me será volver a enamorarme de otra persona y me encanta eso de estar enamorada, aunque sea así, un tanto maderita en la ola, dejándome llevar por la inercia, la corriente, la costumbre o el ya que estamos.

Tardo mucho en olvidar caricias y besos, me lleva demasiado tiempo conseguir que mi piel ya no huela como olía junto a esa persona con la que compartí abrazos y promesas de amor, y todo ese tiempo pesa tanto como cualquiera de esas cosas pesadas que el big bang distribuyó generosa y aleatoriamente  por todos lados para aplastarnos cuando al universo se le hinchan los cojones.

No quiero decir con eso que mis pesos pesen más que los fardos que cargan otras personas, pero la columna vertebral de mi alma no tiene esa información, desconoce los datos estadísticos para establecer comparaciones (odiosas o amorosas) y por tanto, no se siente afortunada por saber que otros sufren más, en realidad se queda muy triste.

Muy triste y muy aplastada.

El caso es que racionalizar el amor no sirve de nada, y cuando empiezo a tratar de convencerme de de que determinado hombre  es educado, simpático, buen padre o buen hijo, conduce muy bien, no bebe como otros hasta convertirse en un imbécil, lee los mismos libros que yo, o prepara la paella como nadie en la galaxia, me queda claro que ya no lo amo y estoy tratando de convencerme a mí misma de lo contrario, cuando de sobra sé que puedo querer  a alguien lleno de defectos, que no lea y que no cocine, si mi corazón así lo manda, y quedarme tan pancha.

Lo mismo pasa al revés. Me he pillado a veces haciendo una interminable lista de todos los defectos y razones por las que no debo enamorarme de alguien y tampoco sirve de nada. Eso sólo demuestra que ya es tarde y me he enamorado de quién no me conviene, porque si me conviniera ya estaría dándome besos en la boca y dejándome con poco tiempo libre para pensar tonterías.

No me gusta esa gente que cuando alguien por quien siente interés, no le corresponde, se lanza a buscarle defectos para que le duela menos el desprecio. Yo soy más retorcida, le sigo viendo las virtudes que me hicieron enamorarme, pero me paso el día y parte de la noche analizando su personalidad para, racionalmente, explicarme a mí misma lo afortunada que soy porque ese hombre a quien yo le daría todos los besos del mundo, no me quiere, ya que seríamos muy desdichados debido a las tres mil sandeces que se me ocurren cada minuto para conformarme.

Puede ser la manera insoportable que tiene de sujetar las gafas mientras habla, su tono al pronunciar la ese cuando dice la palabra sabiduría o la forma como se pasa protector solar los domingos. Es decir, cosas sin sentido que no me consuelan en absoluto pero me quitan las ganas de llorar por haberme enamorado, una vez más, de quien ni sabe que existo.

Son cosas que pasan, dice mi amiga Yolanda, ya se te pasará, dice mi prima Mercedes, eso nos pasa a todas alguna vez, dice mi vecina Sonia y yo a todas les digo que  sí, que se me pasará como siempre se pasa, como el río pasa debajo del puente, pero igual duele y me quedo gris.

Lo que más triste me deja es que a veces, la incapacidad de amarme, no es consecuencia de mis defectos, que son muchos y seguramente me hacen insoportable para ciertas personas, sino de alguna mala experiencia previa que tuvo el caballero que me interesa. Cuando eso sucede, y lo puedo constatar por sus comentarios, me doy cuenta de que la mayor victoria de los que no nos quisieron en su momento, es que nos dejan inservibles para el amor, escépticos, cínicos, descreídos e irónicos.

Y eso sí me hace desistir del amor de esa persona en concreto.

Saber que haga lo que haga y diga lo que diga, de nada servirá porque alguien dañó su capacidad de creer en el amor. Ese hombre que a pesar de no ser perfecto en nada, me parecía ideal para amarlo a todo color, se queda en blanco y negro y ya no despierta mis mariposas sino mis ruedas y mis ganas de alejarme lo más rápido posible

Mi fe en el amor sigue intacta aunque yo esté un poquito más lastimada que la primera vez que amé. Aún creo que el corazón roto puede amar lo mismo que el ileso y que las sonrisas rotas regalan besos perfectos.

Así empieza el repliegue de mis velas ante la falta de viento en el mar de ese hombre que afirma no creer en el amor porque le dio el poder a alguien de su pasado de matarle las ganas de ser feliz amando. Y aunque duela un poquito, va doliendo menos conforme pasan los días. 

El sol viene de nuevo a regalarme algunas horas de primavera en medio del invierno y juega a ser anestesia de almas machacadas.

Isabel Salas









jueves, 30 de agosto de 2018

PASEOS

Por esos paseos que nos devuelven la felicidad simplemente por estar rodeados de belleza y de paz.

 

lunes, 20 de agosto de 2018

ANOCHE


Anoche 
tu voz se vistió de fiesta
 para decirme ven.
 Y yo ,
me puse mi ropa de baile
y fui.

Tu mano
 cruzó todas las fronteras
abriendo pliegues 
y atravesando ríos.
Mi piel
izó despacio sus banderas.

Mi sangre aprendió palabras nuevas
que lunan y navegan
con fuego y desvaríos.

Y yo,
te amé.

Tal vez por una noche 
o por un universo,
pero anoche
tus besos y los míos
superaron, en mucho, 
cualquier verso.

Anoche
olvidé  la poesía.

Mis suspiros cantaban
y mis caricias
brillaban de alegría.

Las estrellas
que encendieron mis ojos
cuando me amabas,
alegres, 
se retiraron al nacer el día
mientras me besabas.

Isabel Salas



domingo, 12 de agosto de 2018

CARMEN


Los ojos de mi hija, me forzaron a mirar el mundo de nuevo y a reaprenderlo. Nunca podré agradecerles ese regalo.

Para explicarles los árboles y como las hojas tiemblan aunque el viento que las zarandea sea cálido, volví a fijarme en detalles del mundo que ya no me llamaban la atención. Gracias a ellos y al placer que sentía  al hacerlos brillar con bromas y juegos, me esforcé en ser mejor persona y aprender nuevas canciones.

Por ellos y a través de ellos cambié muchas cosas que me gustaban por otras que le gustaban a ellos y comprendí que las risas y las sonrisas también pueden salir de nuestra alma atravesando la mirada de nuestros hijos.

Ellos me enseñaron a ser más generosa, mejor cocinera, menos dormilona y más valiente. Me dieron el valor para volver a ser madre y el deseo de ver esas mismas estrellas en los ojos de su hermana. Me fortalecen cuando las cosas no vienen tan bien como me gustaría y me llenan de amor incluso a la distancia.

Me gustan, los admiro y los amo, como amo todo el resto que vino con mi hija, su piel, su postura para dormir imitando un vampiro, su mal genio, sus momentos de dudas, su sentido de la justicia, su valentía, su deseo de ser feliz y hasta los tatuajes,  que nunca me entusiasmaron en otras personas me gustan más desde que mi hija decidió hacerse algunos.

Los ojos de Carmen siempre han expresado la alegría o el disgusto, la rabia o la paz de una manera especial, definitiva y poderosa. Recuerdo su "mirada de reprobación" como algo intenso y frío que podía hacer que hasta adultos bien templados se quedaran consternados. Inolvidables fueron sus miradas de furor adolescente cuando descubrió el amor y el placer de desafiar mi autoridad.

Pero sobre todo recuerdo el día en que descubrí, gracias a ellos la gran diferencia que existe entre las personas que tienen brillo en los ojos y las que tienen además, como ella, estrellas en la mirada.

Isabel Salas


viernes, 10 de agosto de 2018

LUZ


Muchas veces hay que ser capaz de criar patitas, aprender a andar, llegar hasta la solución, atreverse a buscar alternativas y arriesgarse a llevar un susto, o dos, o muchos y aún así ser osados y optar por intentarlo, antes de morir sin haberlo hecho.

Algunas veces, incluso a pesar de todo ese esfuerzo, el resultado vale tanto la pena que nos olvidamos del dolor del camino y sólo queremos festejar a la luz que nos alegra tras tanto sufrimiento.

Es de las mejores sensaciones que conozco y como todas las cosas buenas, me hace sentir gratitud por las personas especiales que me apoyaron en cada paso con su cariño, su solidaridad, su dinero, su sonrisa o esas palabras de ánimo que siempre llegan a la hora cierta cuando crees que no vas a poder más.

En eso estoy.

En la fase de aprender a caminar con unas nuevas patitas que nacieron hace unos meses.

La luz que presiento, se adivina maravillosa.

Isabel Salas