Ya me ha pasado antes y siempre es la misma
sensación. Cuando estoy en una relación de esas que modernamente se llaman
tóxicas (un nombre genial por cierto) siento como realmente me envenenara de
muchas maneras. Escucho a las amigas darme consejos de cómo es necesario salir
de ella, pero insisto, hasta romperme la cara de todas las formas posibles e
imposibles, antes de comprender que realmente es un disparate y estoy haciendo
el tonto.
A cabezona y pendeja a mí, modestamente, me gana
poca gente. Después entro en el período de aceptación y autoconsuelo en el que
leo la biografía de grandes mujeres que vivieron grandes amores tóxicos para
sentirme menos idiota y hacer valer ese refrán tan bonito de "mal de
muchos consuelo de tontos". Termino incluso riéndome de mí misma y de mis
patéticos llantos a la luz de la luna, escribo poemas de desamor y artículos
feministas destilando rabia hacia el macho ingrato, usando así todos los
recursos a mi alcance para curarme.
Y entonces, misericordiosamente, llego a la fase
que yo llamo "despelleje". Soy muy blanca, me he quemado muchas veces
cuando he intentado broncearme y he cambiado mi piel cientos de veces (tal vez
miles si hablamos sólo de mi nariz). Incluso usando protector factor 60 el sol
para mí es un problema y me quemo siempre, hasta dentro del coche conduciendo o
cuando está nublado.
Cuando comienza a secarse esa piel quemada y se van cayendo las tiras de piel
muerta es cuando realmente empieza la cura y deja de picar y de doler. Soy una
experta y sé rascarme con todo tipo de objetos para acelerar el proceso. A veces
tarda sólo unos días que se hacen larguísimos, y otras son necesarias semanas,
pero al final toda la parte de fuera está nueva, ya no duele, no arde y me
llena esa sensación de "aquí no ha pasado nada" que parece un halls
de lo bien que respiras por todos los poros recién estrenados.
Si yo fuera de usar palabras difíciles diría que me embarga una sensación
maravillosa, pero los bancos le han quitado el toque poético a esa bellísima
palabra con el apoyo del gobierno rescatador de hijos de puta y prefiero usar
"llenar" que es más de andar por casa (caso tengas casa y no te hayan
expulsado los embargadores, ya me entiendes).
El caso es que cuando estoy saliendo de una de
esas relaciones venenosas y por fin, noto que estoy en el período de cambio de
piel. Cada tirita que se desprende me deja respirar mejor, empiezo a aceptar
otros cortejos, me hacen reír otras bromas y hasta acepto invitaciones a salir
y comer palomitas en otros cines con otro codo en mi codo fingiendo que me toca
sin querer.
Es un alivio.
Una alegría.
Uno de esos velatorios alegres en los que el
muerto era un cabrón y los asistentes mal consiguen disfrazar la satisfacción
de verlo allí bien muerto en su cajita con la pata bien estirada. Las
condolencias a los familiares suenan a "enhorabuena" aunque todos
traten de disimular y en cuanto se termina el funeral todos corren a casa a
meter las pertenencias del muerto en unas bolsas y donarlas al asilo de viejos
más cercano.
Me jode un poco eso de que los viejos se tengan
que vestir con ropa de muertos pero entiendo la parte práctica de esa costumbre
y no puedo criticarla sin entrar en detalles psicológicos que os dejarían con
los pelos de punta porque entiendo esa prisa en donar o tirar a la basura, en
casos extremos, lo que nos recuerde al ser insoportable que acaba de morir.
En mi caso la ropa vieja, metafóricamente
hablando, de mi amor fallecido son los recuerdos, las fotos, los regalos, los
poemitas, las canciones y todo lo que formaba parte de aquel romance mal
hilvanado que se deshace como pellejo muerto y yo, tan razonable y tan niña fontaneda
como puedo ser cuando algo deja de importarme, dejo de insultar, le amarro un
globo en los huevos y, como dicen los textos de autoayuda, lo dejo ir.
Que bella imagen: perdonar es dejar ir.
Empaquetado, flotando en el cielo lo veo partir y
acaricio mi piel nueva dispuesta a enamorarse otra vez sabiendo que no hay
protector que proteja lo bastante, pero consciente de mi extraordinario poder
de cura.
Y esa sonrisa...
Isabel Salas