viernes, 18 de febrero de 2022

EL PODER DE LA INTUICIÓN


La historia de cómo el corazón y el intestino piensan por nosotros y cómo se descubrieron las neuronas que existen en esos dos órganos, es fascinante y nos demuestra lo poco que sabíamos del cuerpo humano hace solo unas décadas. Aunque hoy en día se habla del "segundo cerebro" en el intestino y del "cerebro cardíaco", llegar a entender que estas redes neuronales eran capaces de influir en nuestras emociones y decisiones tomó más de un siglo de investigación.

El primer paso en esta dirección lo dio Leopold Auerbach, un anatomista alemán que, en 1862, identificó una red neuronal en el intestino que bautizó como plexo mientérico o plexo de Auerbach. Esta red se distribuye a lo largo del tracto digestivo y es capaz de funcionar de manera independiente del cerebro. Luego, a finales del siglo XIX y principios del XX, Santiago Ramón y Cajal revolucionó el estudio del sistema nervioso demostrando que las neuronas no forman una red continua como se pensaba, sino que son células individuales capaces de comunicarse entre sí. Este descubrimiento fue fundamental para que la neurociencia avanzara y los científicos pudieran estudiar cómo funcionan estas células en diferentes partes del cuerpo, no solo en el cerebro.

Sin embargo, fue en el siglo XX, con la llegada de nuevas técnicas de investigación, cuando se pudo profundizar en las funciones de las neuronas en el intestino y el corazón. En la década de 1990, el Dr. Michael Gershon se centró en el estudio de este "segundo cerebro" en el intestino y descubrió que contiene más de 100 millones de neuronas que, además de controlar la digestión, pueden influir en nuestro estado de ánimo, en nuestras emociones e incluso en cómo percibimos ciertas situaciones. Esta fue una de las primeras confirmaciones científicas de que el intestino no solo procesa alimentos, sino también información.

Algo similar ocurre con el corazón. Investigadores encontraron una pequeña pero significativa red de neuronas en el tejido cardíaco que se encarga de controlar algunos aspectos del ritmo cardíaco y enviar señales al cerebro. Es como si el corazón tuviera su propio centro de control y, al igual que el intestino, es capaz de interpretar señales y enviar mensajes. Todo esto ocurre a través de la conexión con el cerebro por el nervio vago, creando una comunicación constante y bidireccional.

¿Y cómo se traduce todo esto en la vida diaria? ¿Qué significa que el intestino y el corazón "piensan"? Pues bien, significa que cuando experimentamos sensaciones como "mariposas en el estómago" antes de una decisión importante, o cuando sentimos que el corazón late más rápido o con más fuerza ante una situación que nos genera inseguridad, no son solo reacciones aleatorias. Esas neuronas en el intestino y el corazón están percibiendo señales del entorno o del cuerpo que el cerebro racional puede no captar con claridad.

Muchas veces, ignorar esas señales, o decidir no hacerles caso porque "no tienen lógica" o "no se pueden explicar", puede llevarnos a tomar decisiones precipitadas o poco seguras. Pensemos en situaciones cotidianas: has sentido una corazonada de que alguien no es de fiar, pero decides no prestarle atención porque no tienes pruebas racionales para justificarlo. Semanas después, te das cuenta de que esa persona te traicionó o no actuó de manera honesta. O quizás en una reunión importante sientes un nudo en el estómago que te advierte que deberías ser más cauteloso con lo que dices, pero no lo haces y terminas metiéndote en un conflicto innecesario.

No hacer caso a estas señales del corazón o del intestino puede llevarnos a problemas que, de haber prestado atención, podríamos haber evitado. En nuestro afán por ser "racionales", creer que tenemos que hacer caso al cerebro y no dejarnos llevar por "sentimientos sin lógica", a veces nos ponemos en peligro sin darnos cuenta. Es como si estuviéramos desconectando las alarmas de seguridad de nuestro propio cuerpo, ignorando advertencias que llevan miles de años evolucionando para mantenernos a salvo.

Por eso, aprender a escuchar y entender estas señales no significa ser irracional, sino ser más consciente de toda la información que nuestro cuerpo nos está brindando. Después de todo, no se trata de que el cerebro sea el único que toma decisiones, sino de que todas estas "mentes" —la cerebral, la cardíaca y la intestinal— trabajen en equipo para mantenernos seguros y bien encaminados en la vida.

Desde que lo entendí trato de escuchar más mis intuiciones y no descartar los avisos que mi cuerpo me envía. Espero que tú a partir de ahora, investigues todo este tema tan interesante y lo vayas aplicando.

 

Isabel Salas


domingo, 6 de febrero de 2022

AZÚCAR Y LIMÓN

                                         

 Azúcar y limón,
uvas con queso 
y miel.

Boca 
y pezón.
Tiempo, 
tinta y papel.

Brazos y piernas,
boca caníbal. 
Piel
y sudor.

Mordidas tiernas,
piedra 
y cincel

Puro deseo, 
sexo 
y amor.

Isabel Salas

jueves, 3 de febrero de 2022

EN LA PLAYA


En la playa,
a tu lado,
con los ojos cerrados,
sabiendo que me observas
con el alma despierta
y el deseo saciado.

Y la arena caliente
que nos quema la piel
y el ruido de las olas
que parece mi sangre
cuando corre en tropel.

Y mi mano febril
que acaricia la tuya
y tu voz,
que promete de nuevo
amarme cada abril
en cada primavera
que traiga el porvenir.

Y yo,
que deseo creer que es posible
y que existe
el amor invencible, 
finjo ser la princesa encantada,
que al compás del amor, 
se desmaya.

Y mantengo cerrados los ojos
ocultando el temor
de perder otra vez el amor,
que me juras de nuevo
en la playa.

Isabel Salas



martes, 1 de febrero de 2022

EL SIMULACRO


Aprender a engañar a los demás fue el camino de mentiras que lo llevó a escalar, paso a paso, la cumbre del cinismo. Cuando por fin consiguió engañarse a sí mismo y empezó a creerse sus propias mentiras, su corazón, derrotado, dejó de latir y comenzó a fingir al igual que su dueño.

Ya no latía, entró en el modo simulacro

El ruido que salía de él, parecía el ruido común de cualquier reloj de corazón, así, como las palabras de amor que pronunciaba o escribía el hombre a quién había servido, parecían ser palabras de amor sincero a los ojos del mundo.

Sólo dos ojos lloraban la muerte en vida de aquel poeta, pues sólo ellos sabían ver el disfraz con el que él envolvía sus últimas poesías. Dos ojos decepcionados, creados para leer verdades, sonreír con los versos de amor y emocionarse con la belleza de la sinceridad que enciende la llama de los poetas.

Dos ojos que sabían escuchar los latidos que palpitan en cada letra de poema y que cuando dejaron de escuchar los suyos, se cerraron despacio tratando, inútilmente, de contener las lágrimas.

Cuando una musa llora, lloran la vida y la poesía entera.

... y hasta los corazones, que ya no laten, lloran con ella.

Isabel Salas




jueves, 27 de enero de 2022

EN LO OSCURO



Cierro los ojos,
despacio, 
dulcemente,
y allí estás tú,
respirando escondido,
en las sombras más negras
y heladas,
de mi mente.

Aún vivo,
todavía latente,
como un dolor eterno
dispuesto a no dejar de palpitar
mientras el corazón, 
no mande a los pulmones,
parar de respirar.

Y me quedo tan triste,
cuando te veo,
y duele tanto,
saberte entre las sombras
donde puedo sentirte,
y aún sin tocarte,
olerte
y respirarte.

Yo,
que quise quererte,
a plena luz del sol,
hoy sólo puedo amarte,
cuando cierro los ojos
y te encuentro 
en lo oscuro
del callejón del alma
donde no brilla día
ni luna, 
ni farol.

Pura negrura,
oscuridad total,
amor herido, 
perra locura.

Reencuentro que sueña ser letal,
pero es cobarde, 
inepto, ineficaz.

Herida sin clausura
que, al final,
no mata ni consuela. 

No desata,
ni cura.

Isabel Salas




sábado, 15 de enero de 2022

DESATINOS


Me siento a escribirle al amor
y las letras se niegan.

Tienen otros planes,
otros destinos
que me desasosiegan,
convirtiendo mis versos
en desatinos.

Se vuelven enemigas
se ríen de mí,
como haces tú,
cuando me desabrigas.

Mis palabras,
como mi corazón, 
desobedecen siempre
los deseos sinceros
de mi razón.

Isabel Salas

sábado, 1 de enero de 2022

CORAZÓN



Si tú eres  una partícula  y por azar del destino te ves obligado  a intercambiar tu momento lineal con otra partícula  y además  te interesa, por algún motivo  tuyo particular,  medir la intensidad de dicho intercambio, según la Física, te hace falta una magnitud vectorial llamada Fuerza  para medir toda esa movida.


Por supuesto que a las partículas les importa una mierda  todo eso, pero a las personas  nos fascina andar midiéndolo todo y antes o después algún hijo de puta se pondrá a medir la magnitud vectorial de cualquier cosa y a tocar los  huevos intensamente a las pobres partículas.

Hay otra definición de fuerza que también me gusta mucho, dice que es todo  agente capaz de modificar la cantidad de movimiento o la forma de los materiales. Por ejemplo, tú estás pacíficamente  viendo la televisión en tu sofá  y llegan a tu puerta unos mormones con su biblia y sus corbatas a sacarte del reposo y a meterte susto con la llegada del fin de los tiempos.

Pierdes la forma de sentado, te pones en movimiento y vuelves  minutos después, endemoniado, a  intentar  pillarle el hilo al  anuncio maldito que ni se entiende que está vendiendo de tan complejamente que fue elaborado.

Pues eso se puede decir de dos maneras, o bien que los mormones te han jodido, o bien que eres un material  modificado  en su forma y su movimiento por una fuerza.
Mucho más fino.
Mas cultural.

Estar jodido por un mormón nunca será lo mismo que estar elegantemente modificado por un agente.
Te pongas como te pongas.

En este universo existen muchas fuerzas. Las que me gustan más de toda la vida son las fuerzas gravitacionales. Las amo. Cuando me enteré que existían me dormía en pánico imaginando que pasaría si algo fallase y de pronto la gravedad se apagase.
¿ Flotaríamos?
¿ Se escucharía algún  chasquido?
Las tejitas de las casas, los tomates de la tienda, nosotros y nuestras madres, que nos cogerían de la mano, los perros, los coches...todos a flotar.

Los niños hay que ver que imaginación tienen.
Yo me preguntaba como reaccionarían los pájaros al ver su espacio invadido por todos los demás.
El agua flotando.
Las estrellas y los caballitos de mar  flotando entre zanahorias y autobuses, camino del espacio infinito. Que susto sería.
Que miedo por Dios.
Por suerte  nunca pasó y aquí seguimos todos felices sin flotar.
Algunos más felices que otros, eso es verdad, pero todos en el suelo.

Las otras fuerzas que existen no es que me caigan mal, es que no me atraen tanto. Comprendo que si eres un imán de nevera, no podrás imaginar tu existencia sin el electromagnetismo y otras tonterías, pero yo a lo que voy es a las fuerzas que necesito cada día para ser yo.
Para sujetarme a mí misma dentro de mí y no salir de mi reposado interior convertida en agente modificador  que lo modifique todo a hostias.

Esas fuerzas que no se miden en Newton.
Las que uso para no volverme loca ante tantas injusticias y no convertirme en uno de esos chalados que se lían a tiros desde la torre.
Los científicos estudian poco esas fuerzas, pero deberían prestarles más atención.
Deberían venderlas por kilos.
Para poder ir a la tienda y pedir tres manojos de fuerzas frescas para no tener que salir reventando capullos.

Me preocupa mucho  que un día esas fuerzas fallen, como cuando era niña temía que se jodiese la gravedad.

Veo como día a día, por fugaces momentos de pánico creo que ya no tengo.
Me invade la ira y una furia ciega se apodera de mí.

Veo como a los fuertes se nos pide más y más mientras la ayuda que se nos deniega va destinada a débiles llorones que saben hacer más ruido que nosotros. Especialistas en  llamar la atención mientras  lo ensucian todo con sus mocos depresivos.
Cobardes sin escrúpulos que amenazan continuamente con suicidarse si son desatendidos sus caprichos.
Los típicos chantajistas  emocionales, que nunca tienen freno, nunca tienen bastante y siempre están necesitando algo.

Y siempre lo consiguen.
Porque siempre hay alguien cerca que no quiere cargar con la culpa del suicidio del débil.
Porque saben dar pena y consiguen ser el centro atención.
Lo quieren todo.
Lo roban todo.
Lo exigen todo.
Y yo estoy cansada.
Cansada de entender que ellos necesitan más que yo.
Cansada de ponerme en el lugar de los que priorizan salvar a un suicida antes que salvarme a mí, porque tienen miedo de la culpa o porque tienen asco de que les salpique la sangre.
Cansada de decir no importa, lo comprendo.
Cansada de ser fuerte.

 ¿Dónde se buscan las fuerzas que amarran mi cordura?
Ya dije hace días que no me quedaban tripas para fabricar más carne de corazón.
Pero no fue bastante.

Hoy saqué mis arterias y mis venas.
Las dejé secar y fabriqué unas cuerdas. 
No para tejer un corazón improvisado, de esos que parecen corazones normales llenos de fuerzas que evitan la locura.
Llamé a una araña amiga que un día me ayudó a fabricar una tela de penas de araña y le dije que me tejiese a mí dentro del corazón. Me miró raro, pero entendió que hablaba en serio cuando miró en mis ojos y vio el abismo.

Es una artista.
Ahora  no necesitaré ningún esfuerzo.
Es imposible salir de esta madeja para matar a nadie.
Los suicidas están a salvo.
Los locos.
Los mormones.

Y yo también.

Isabel Salas








lunes, 20 de diciembre de 2021

ERIC



Soñar contigo es despertarme con la misma sonrisa de los veinte años y sentir de nuevo tu mano en la mía. Es recordar quién soy, es recargar las pilas de mis conejitos tamborileros y es, sobre todo, sentir el inmenso placer de comprobar que el tiempo no consigue que mengüe ni un poquito aquel cariño nacido entre mangos y barcos pirata.

Me gusta que funcione el truco de pensar en ti cuando voy a dormir y escuchar como empujas la puerta de mi noche para sentarnos a mirar la luna mientras conversamos. 

Trato de sonsacarte detalles de cómo es la vida que nos aguarda después de ésta y siempre cambias de tema como cuando hace años te preguntaba sobre las cosas que preferías callar, con bromas, cosquillas, cajitas con regalos y promesas imposibles.

Soñar así, contigo, me llena de alegría, de nostalgia, de amor, de ganas de hacer pan, de higos robados, de arrullo de olas, de aroma de vainilla y de canciones. Son buenas noches las que sueño contigo. Me dejan siempre el sabor bonito de las buenas horas, que vivimos juntos.

Y como siempre, al despedirnos, tienes la frase exacta, la palabra perfecta para hacer que mis lágrimas no quemen tanto y el temblor de mis labios se transforme en sonrisa.

Esa sonrisa hermosa de los veinte años cuando ninguno de los dos guardaba, en secreto, informaciones confidenciales sobre el más allá.

Isabel Salas