miércoles, 13 de noviembre de 2019

REFRANES



Hay gente que detesta los refranes, sin embargo, a mí, me encantan. Con algunos estoy de acuerdo y con otros no, claro, pero siempre me gusta leerlos.

Conocí a un tipo que decía detestarlos, en realidad eso no era sorprendente porque el pobre infeliz lo detestaba todo. Creo que nunca conocí a nadie más rencoroso y capaz de acumular tantos sentimientos negativos por todo. No le gustaba yo, por supuesto, ni mi compañía ni nada mío.

No le gustaba mi familia, ni la gente en general, empezando por su propia madre y terminando con el resto de la humanidad. Aunque hay que reconocer que era completamente democrático y justo jodiendo a la gente, a todos nos trataba igualmente mal y de todos decía cosas terribles e inventaba calumnias sin pudor.

Se consideraba por encima de todos y de todo.

Se tenía a sí mismo por una especie de genio superior con el poder de herir sin que nadie pudiera defenderse de sus arrebatos de ira, sus golpes o sus insultos. No respetaba las promesas, ni la palabra dada, porque nadie merecía el esfuerzo de portarse decentemente con él. Era un vil  y mediocre maltratador y por supuesto bebía y usaba drogas para hacer aún más detestable su compañía.

Hoy, después de muchos años sin saber de él, supe que aún no se suicidó aunque era la amenaza preferida con que asustaba sus hijos cuando intentaba manipularlos para que hicieran lo que él deseaba. No me sorprendió porque jamás lo vi cumplir una sola de sus promesas, así como no me llamó la atención saber que está solo, más solo que jamás estuvo, que sigue bebiendo y que sigue odiando a la humanidad, posiblemente más que nunca también, pues sus víctimas se fueron y ya no tiene a quien joder.

Está jodido, que no es lo mismo que estar jodiendo como diría el gran Cela.

Un maltratador sin víctimas es como un jardín sin flores o una noche sin estrellas, una cosa sin sentido aunque, por supuesto, con explicación.

Tal vez él sí se sorprendería si leyera algunos refranes.

Lo ayudarían a entender qué pasó con las estrellas y las flores y por qué los hijos y su mujer se fueron. Por si acaso me lee, le recomiendo reflexionar sobre uno en particular:

QUIEN SIEMBRA VIENTOS, RECOGE TEMPESTADES.


Isabel Salas


viernes, 8 de noviembre de 2019

MI FLOR DE GUAPURÚ



Un sombrero de flores,
besar sin prisa,
amar sin pudores.

Hablar de poesía,
escribir,
ver volar el día,
feliz.

Y no tener que dudar 
si me quieres.

Ni llorar, 
ni pedirte perdón,
ni esperarte,
ni sufrir porque tardas.

Ni temer.

Mi sueño
 es barato y sencillo,
no le falta calor,
ni perfume 
ni brillo.

Ya tengo amor
y escribo.

Ya hablo de poesía
y no le faltan flores a mi guapurú.
Besos y sombreros
sobran.
Sólo faltas 
tú.

Isabel Salas




Flor de guapurú




lunes, 4 de noviembre de 2019

COLOREANDO


Hace tiempo
que nadie me miraba
como me miras tú.

Sin ojos, sin pasado.

A destiempo.

Hace bastante
que nadie me besaba
como me besas tú.

Sin labios rojos, 
encariñado.
.
Letra de cante.

Honda,
profunda,
desconsolada.

Cachonda,
seca
y enamorada.

Tocando notas adormecidas,
arpas y almas
desprevenidas.


Desazolvando,
acariciando,
coloreando.


Isabel Salas




lunes, 21 de octubre de 2019

LAS PERSONAS DE LOS COCHES





Había una vez un niño lleno de lágrimas. Lágrimas paradas, arrinconadas como el arpa cubierta de polvo de Bécquer. Pero en vez de esperar una mano de nieve dispuesta a arrancarle la música... él no esperaba nada. Ni siquiera sabía esperar. Sabía aguantar. Resistir. Callarse. 

Algunas tardes se sentaba en la acera mirando los coches que pasaban con su carita seria y su sonrisa cerrada, imaginando cómo sería la vida de aquellas personas que pasaban tan rápido delante suyo. Alcanzaba a ver unos rostros que algunas veces discutían entre sí. Niños dormidos con las cabecitas dobladas. Mujeres llorando, hombres hablando por el móvil. Chicas preciosas que se pintaban los labios en el semáforo y sonreían mirándose en el espejo retrovisor. Muchachos que movían las cabezas al ritmo de músicas altas que salían por las ventanillas como pedazos de fiesta. 

Él se preguntaba sobre qué discutirían esas personas con tanta intensidad y por qué los niños de los coches siempre estaban dormidos. Se quedaba imaginando los motivos que hacían llorar a esas mujeres o qué conversaciones importantes obligaban a los hombres a hablar por teléfono mientras conducían. Se embobaba mirando a las chicas imaginando si olerían bien, preguntándose por qué abrían los ojos al tiempo que abrían los labios para pintárselos. Escuchaba la música de los chicos y simplemente se dejaba rodear por ella en los pocos segundos que demoraba el coche en alejarse de él. Esas tardes prefería estar allí mirando la vida de los otros pasando que vivir la suya en casa con los gritos, las lágrimas de su madre, los ruidos de portazos y los golpes. 

Un anochecer se levantó de la acera donde estaba sentado y se disponía a comenzar su caminada de vuelta a casa, cuando una moto que venía zigzagueando entre los coches, no lo vio y lo atropelló. Fue tan rápido. Tan doloroso. Por primera vez los coches no siguieron su camino sino que pararon y las personas de los coches bajaron. 

Desde el suelo, donde había caído tumbado boca arriba, después de un corto vuelo que le pareció muy interesante porque había visto el techo de los coches a vista de pájaro, comenzó a sentir el dolor. No podía moverse y el dolor estaba en todos lados menos en sus ojos. Su mirada deslumbrada veía cómo se acercaban las personas de los coches. Nadie discutía. Una chica bonita lloraba mirándolo, los chicos de la música alta movían la cabeza distinto como diciendo que no. Hasta unos niños despiertos se arremolinaban callados cerca de él con unos ojos muy abiertos. 

Hombres hablaban por el teléfono pidiendo ambulancia. 

Le hizo gracia ver cómo todos se habían salido de sus papeles. Una mujer se agachó y le tocó la carita con su mano de nieve y cuando sus miradas se cruzaron, sin querer le arrancó las notas intocadas. Ese niño que llevaba tantos años guardando sus lágrimas sintió que se le venían todas de golpe. Consiguió buscar con su manita la mano de la mujer y sin separar los ojos de ella le pidió con el pensamiento que se la apretase para sentir algo bueno entre tanto dolor. Ella entendió perfectamente y sin apartar la mirada dejó que la mano llena de sangre del chico se deslizase resbalosa en la suya y se la apretó mientras sonreía desistiendo de buscar palabras adecuadas. 

Él tampoco tenía nada que decir y cuando se le terminaron las lágrimas su sonrisa se abrió. Faltaban algunos dientes pero aun así era una linda sonrisa. Y así murió. 

Feliz, rodeado de sus amigos, las personas de los coches.


Isabel Salas

Del libro EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER

lunes, 14 de octubre de 2019

Y POR ESO REGRESAS




Porque a veces escribo para sacudir los mástiles de todas las banderas o levantar un tifón que arranque del tirón todas las tejas de mi falda y otras no, otras sólo necesito llorar a gritos suspensivos disparando sollozos, puntos y mandarinas.

Ser oro en paño, hostia sagrada, gota de amor que cuelga del alambique de cualquier vagina que se precie de estar enamorada. Ser la tiniebla helada que borda oscuridades en tu alma, antes de desollarla para consumo humano.

Y porque a veces, después de ser batalla en las guerras del mundo, yo sólo necesito estar contigo así, como hace un rato, cuando le echaste sal a mi lenguado y me dijiste que a lo mejor el sexo oral supera en mucho la espiral gastronómica de la mayonesa Hellmann´s, nacida, según tú, en el averno más profundo para los verdaderos hombres infernales que quieren mojar pan.

Y nos reímos tanto (que malo es nuestro inglés)  y es esa risa juntos la que se parece tanto al amor de botijo, que bebemos de nuevo, y vamos a la cama a retozar imitando cabritas y delfines. Hacemos cochinadas de esas bonitas que saben a pesar (de los pesares), a dominó y al sándalo de perfumar submarinos de lava.

Y entonces yo te miro y tú me miras y nuestro amor bendice las toneladas de escombro que nuestros besos han acumulado a lo largo de todos los siglos (Amén), y a lo mejor te digo que me gusta escribir mientras escarbas en los lugares esos que tú llamas tu reino y respondes contento que soy tu casa y que sin mí, a la primavera de todos los jardines le falta queso rayado para oler bien.

Y por eso regresas cuando te vas.
Y por eso te quedas cuando te alejas.

Isabel Salas

viernes, 4 de octubre de 2019

LUZ



La luz es como la verdad, sólo hay una. Versiones de la verdad puede haber miles, pero eso no la transforma en algo diferente de lo que verdaderamente es. 

jueves, 3 de octubre de 2019

GATO


Al gato blanco intentamos ponerle Drako, en honor a Drako Malfoy, pero mi madre fue incapaz de recordar ese nombre inglés y lo empezó a llamar el "blanco" para diferenciarlo de su hermano, al que llamaba "el otro".

Los dos llegaron a nuestra casa en estado de calamidad, con tiña, muchas pulgas y más hambre que miedo. Ignoraban (entre otras miles de cosas), que habían llegado a nuestra vida con una noble misión, la de hacer que mi hija pequeña se olvidase un poco de las horas terribles que siguieron al atropellamiento de nuestro Cosqui, un tigrecito maravilloso y juguetón al que todos en casa, incluida nuestra perra Kika, amábamos. 




Aunque sé perfectamente que ningún animal sustituye a otro, no pude resistir intentar amenizar  la tragedia. Comprendo que cada mascota tiene su propia personalidad y su manera única de querernos, sin embargo, la muerte de Cosqui nos dejó a todas muy tristes, y pensé que una forma de paliar el disgusto sería adoptar otro gatito callejero que necesitase una familia. Cuando a unos niños se les muere una abuela u otro familiar no podemos salir a la calle a adoptar otro pariente, pero cuando pierden una mascota, sí se puede traer otra a casa que les haga sentir una alegría nueva. Esa sensación de novedad sirve para diluir un poco el desastre que nos llena el corazón ante la pérdida de un animal querido y en realidad sirve tanto para los niños cuanto para los adultos. 


Nuestros dos gatitos pasaron su periodo de adaptación. Y aunque la Kika nunca los quiso ni jugó con ellos como hacía con Cosqui, los dos nuevos miembros de la familia se integraron y se fueron recuperando de sus heridas y enfermedades. Se convirtieron en dos preciosos gatos, uno Blanco y fofo de ojos dorados y el Otro, rayado de ojos verdes, aunque éste, infelizmente, nunca respiró bien y a los dos años terminó muriendo de una complicación en la clínica del veterinario de la esquina.



Desde que su hermano murió y hasta la llegada de la gatita Pandora años después, el gato Blanco pasó a ser llamado de Gato y a ese nombre respondía cuando lo llamábamos, y digo respondía porque él hablaba con nosotras de muchas maneras. Para solicitar educadamente que le abriesen una puerta o para pedir agua fresca emitía diferentes ruidos y gorgoritos, así como para saludar cuando volvíamos de la calle, despertarnos, avisar que quería cariños o protestar por los abrazos apretados de Hélène. Dominaba distintos maullidos que usaba con mucha habilidad y poseía una personalidad ingeniosa y didáctica gracias a la cual, nos entrenó pacientemente hasta que todos en casa aprendimos a entenderlo.


Esencialmente era un gato inteligente y bueno que conforme el tiempo pasaba iba creando más leyes y normas a las que nos adaptábamos los demás con la urgencia de agradarlo y hacerlo sentir mimado. 



A cambio de tanto cariño él nos regalaba, a veces,  una sesión de ronroneo en nuestro pecho o de fotos para ayudar a vender mis libros como modelo, otras nos ofrecía un canto gatuno que recordaba el arrullo de un pájaro y en algunos momentos extraordinarios una sonrisa. Sí, una sonrisa de delfín con la que nos hacía sentir especiales y dignos. Una sonrisa de felicidad, de que bien lo haces, de que a gusto estamos, que iluminaba la casa y secretamente me emocionaba como si alguien me acabara de premiar con el galardón galáctico del reconocimiento al amor felino.


El Gato tuvo problemas renales después que mi madre regresó a España y esporádicamente, experimentó algunos episodios de mucho dolor  cuando expulsaba sus piedrecitas. Después se recuperaba y volvía a brillar, hasta que la última vez, hace unos meses, no pudo, fue incapaz de recuperarse y murió.


Ha dejado un agujero en el alma de nuestro hogar, que no conseguimos cerrar. Kika y Pandora tienen cada una su papel único e irrepetible, pero no pasa un día en que no echemos de menos a nuestro Gato, a sus maullidos de amor y al cariño que nos regalaba a chorros. Estamos convencidas de que si hay un cielo para los gatos, él estará cómodamente instalado en una nube mullida mirando el paisaje y amando cada rayito de sol.

La nube, por supuesto, la adivino contentísima de tener un invitado tan ilustre.

Isabel Salas


lunes, 23 de septiembre de 2019

DESTINO


En lo oscuro del útero, un corazón late por vez primera. El primero de miles de latidos, el único primer latido posible de cada corazón. A su lado, muy cerca, el dedo del destino espera. Es eterno y no late, vive sin estar vivo y nunca morirá, es apenas un dedo que toca corazones como quien acaricia paredes de vecinos al pasar.

Y espera.

Espera atento la señal inequívoca que lo hará decidir qué futuro tendrá el dueño del nuevo corazón. Unos latidos más, nuevos pulsos de vida libre. Melodía vital, tambor alegre de música que baila cantando una canción recién nacida. El dedo se acerca y con él, el resto de las manos del destino que toman al pequeño corazón mientras llega la señal. Y por fin, después de unas decenas de latidos, llega uno vibrante, diferente, musical. El destino marcará otro ser, escogido entre miles y la emoción lo embarga.

Antes de hablar debe esperar a que las lágrimas abandonen sus ojos y su garganta. Con delicadeza extrema abre sus labios y pronuncia dulcemente las palabras fatales que colocarán grilletes eternos al pequeño corazón:

– “Tus ojos brillarán con la luz de la luna y sabrán ver lo oculto y lo aparente. Sabrás amar y ser amado, pero raramente coincidirán ambas cosas. Apenas por gloriosos instantes conocerás el amor en plenitud, pero bastarán para que él sea
parte de ti.

Tu piel será capaz de descifrar los mensajes del viento y tus palabras llegarán tan lejos como el más fuerte vendaval. Tendrás el don de escuchar los olores de las flores y oler el perfume de las caricias. Tus lágrimas estarán hechas de lava de volcán y tu risa de nubes blancas. Sabrás mirar, oler, tocar, hablar y amar. Podrás sentir en ti, cada uno de los giros del planeta, escucharás sus gritos y sus risas, serás parte de ellos.

Todo será parte de ti.

Serás Poeta.”

Isabel Salas