domingo, 11 de enero de 2015

RENGLÓN DERECHO. AÑO 386


Niños, la ira furiosa es la expresión más genuina de la bondad. El hecho de que un malvado se exprese con ira no debe hacer que la descartemos  como si fuese una herramienta perversa, así como no dejaremos de apreciar los helados apenas porque un asesino los coma también. Los helados no son malos a pesar de ser comidos por personas malas.

Por otro lado es bueno recordar que la perversidad de alguien no lo convierte en legítimo dueño de nada, por tanto nadie es el dueño de la ira. Jamás. No debemos admitir nunca que nos vuelvan a robar  la furia ni nada que nos pertenezca.

Hubo una época, no muy lejana en que nos lo habían robado todo, nuestra dignidad de hombres, la paz, el agua, nuestro derecho a vivir con las necesidades cubiertas, el equilibrio emocional... la alegría. A los niños como vosotros se les enseñaba que los pacíficos heredarían la Tierra y sacar a un manso indiferente de su inercia respetuosa a todo lo que estaba establecido, era  tarea casi imposible. Los buenos se habían convertido en esculturas sin reacción. Alienados hasta el  extremo de poder  ver imágenes de guerras y masacres a través de sus aparatos de reproducción de video mientras almorzaban en familia. Las escenas de  matanzas eran seguidas por otras en las que un cocinero preparaba un plato en pocos minutos o  donde se comentaban detalles  referentes a las actividades sexuales de algún personaje popular. La solidaridad, el respeto al dolor, el respeto a la vida, a la intimidad, eran conceptos vacíos.

Tal vez os cueste creerlo, pero esos valores, de los que hoy disfrutamos y sus manifestaciones prácticas en la vida diaria, habían desaparecido casi por completo. La humanidad vivía infeliz y aplastada por una minoría sin escrúpulos que acaparaba los recursos del planeta. Ellos controlaban los alimentos y su producción, ellos controlaban los trasportes, el consumo, la política, la salud y la educación. Todo.


Todo les pertenecía y aunque la mayoría sufría no tomaba ninguna actitud para acabar con aquella situación porque era impensable levantar el puño, o levantar la voz contra el poder. Las personas aprendían a respetar la autoridad, a temerla, y a aceptar la realidad porque durante milenios se les enseñó que esta vida en la Tierra era un tránsito más o menos doloroso entre el nacimiento y la muerte, y que la verdadera vida, la eterna, estaba más allá de ésta.

Os puede parecer absurdo, pero así era. Desde que el hombre primitivo aprendió a distinguir los sentimientos de amor o de nostalgia, se le hizo difícil separarse de los muertos y poco a poco se fueron complicando los rituales de enterramiento al mismo tiempo que se creaba la fantasía del futuro reencuentro. El deseo de volver a ver a los seres queridos unido al miedo que les ocasionaban los fenómenos naturales, fueron la base para la creación de un mundo paralelo donde se continuaba la vida después de ésta y donde los seres fantásticos que dominaban la lluvia el fuego, el dolor, la suerte, el sexo de los bebés, las inundaciones o la enfermedad, dominaban también la vida de los muertos.

Hubo miles de variantes de esa idea. Se inventaron fórmulas y trucos para agradar a aquellos seres y obtener así su clemencia. Se les consagraban los campos y los partos. En ciertos lugares se mataban personas o animales,  sacrificados para agradarlos y garantizar así su benevolencia. En algunas culturas eran muchos, en otras era sólo un Ser Supremo, pero siempre, desde el inicio de los tiempos, hubo una casta de innobles sacerdotes que gestionaban la relación de las personas con los seres fantásticos. Esos sacerdotes se unieron a los poderosos de la Tierra en una alianza perpetua y perfecta.

Desde sus púlpitos de control de masas explicaban que era voluntad divina que tal o cual familia  dominase a las otras, pues nada ocurría en la Tierra que no estuviese permitido por los poderes divinos. A lo largo de la historia fueron creando variantes del mismo argumento, con eslóganes muy eficaces, como por ejemplo que los mansos heredarían la Tierra, dando a entender que la vida verdadera sería de los mansos y los malvados que explotaban y controlaban cruelmente a los infelices serían castigados en la  otra vida siendo obligados a sufrir torturas eternas por los abusos cometidos.

Sé que os entra risa niños, pero así era.


Prosigamos. Esta situación continuó por miles de años. Masas cada vez más sumisas que asumían voluntariamente el papel de ovejas pastoreadas. No importaba que los lideres viviesen en la opulencia mientras predicaban la pobreza, o predicasen la castidad mientras violaban niños. La mente humana aceptaba cualquier disparate porque el entrenamiento había sido muy eficaz. A algunos se les prometía sentarse a la derecha del ser supremo por toda la eternidad a otros se les prometía que dispondrían de un numero determinado de mujeres vírgenes con las que podrían fornicar alegremente en la otra vida y así podríamos estar viendo ejemplos que os harían reír hasta las lágrimas.

Y fue precisamente la risa de los primeros seres humanos que comprendieron el absurdo de todo aquel sistema sustentado por ridículos dogmas, el detonante involuntario de los primeros pasos hacia la libertad. Artistas, humoristas, escritores, cantantes, científicos, poetas o dibujantes, cada uno a su manera, cada uno en su momento y cada uno con sus propias herramientas buscaron ridiculizar todas esas creencias absurdas para alertar a los demás.

Muchos murieron.
Muchos.


Apedreados, quemados vivos, descuartizados, despellejados o tiroteados por esos poderes inmorales que se autoproclamaban la voz incontestable de los dioses.Terrible niños, tremendo esto que estamos aprendiendo hoy, lo sé. Comprendo vuestras lágrimas y vuestra indignación.

Como os dije, muchos murieron a manos de esos canallas pero dejaron su obra que poco a poco fue rasgando el velo de la ceguera y otros  empezaron a cuestionar el porqué de todas aquellas barbaridades. Se les contestó entonces que aunque no podían entender las razones de la divinidad todo tenía una razón, pues ella escribe recto con renglones torcidos. Es decir, todas las aparentes injusticias obedecían a un plan mayor divinamente elaborado  y los supuestos disparates y contradicciones eran en verdad los renglones torcidos que en realidad conformaban una obra recta.

Esto superó la capacidad de aguante de muchos y  comenzaron a alzarse voces críticas que se unieron a las risas de los primeros esclarecidos. Hombres que demandaban su derecho a escribir su propio destino sin ser instrumento doblado de un ser incapaz. Personas que aspiraban a ser renglones derechos escritos por ellos mismos según sus propias capacidades y habilidades sin aceptar conformarse  con ser caligrafiados  por seres mitológicos torpes y estúpidamente crueles.

Hoy, en las escuelas se nos enseña a ser dueños de nuestro destino. Aspiramos a ser Renglones Derechos y no ovejas. Personas libres y responsables que demandan las enseñanzas que les permitan autorregirse con sabiduría y bondad construyendo su propia felicidad. Aprendemos que un corazón bueno jamás podrá permanecer indiferente e impasible ante las atrocidades cometidas con él mismo o con otros.


Por eso entiendo vuestros ojos llenos de lágrimas al estudiar estos temas tan complicados de comprender desde nuestra óptica actual. Hoy entendemos que ante la injusticia, el diálogo educado debe ser  la primera bala. Diálogo, argumentación o debate, son las primeras armas de la razón, pero cuando no funcionan hay otras maneras de arreglar las cosas, excluyendo las súplicas a seres fantásticos e incluyendo los gritos, la furia y las acciones que sean necesarias.

Aprendemos pues que  cuando la injusticia no te duele y tu corazón no grita enfurecido dispuesto a luchar contra ella es que estás enfermo, dormido o aceptas ser parte del texto inerte escrito por los renglones torcidos de los dioses bipolares. Renglones ya hace tiempo eliminados de las páginas de nuestras vidas con mucho esfuerzo pero que como ecos del pasado, a veces se dibujan en algunas mentes.

Ahora todos aprendemos a escribirnos.

Somos, o aspiramos a ser, Renglones Derechos, escritos por nuestras propias manos, y en la escuela aprendemos caligrafía, ortografía y gramática para hacerlo lo mejor posible.

Escribir y escribirnos. Libres y dignos. Amorosos y furiosos según los estímulos externos y actuando en consecuencia con la responsabilidad de personas valientes y no acatando injusticias como mansas ovejas.

Niños la clase ha terminado.
Podéis preparar los instrumentos para recibir al profesor de música.

Hasta mañana.

Isabel Salas