domingo, 21 de marzo de 2021

TAN ASÍ


Hay una luna absurda hoy, casi llena, casi redonda.

Parece una monedita antigua que un niño  antiguo sujetó mientras caminaba recorriendo la muralla china, por el lado de fuera, y la desgastó, restregándola contra ella. Así deformada parece abollada, caída y magullada. O a lo mejor no, soy yo que me siento así y sin querer, al mirarla la veo con mis ojos que sirven de espejo a mi alma caída y machacada. Ella también es una moneda desgastada. Otro niño malo la raspó jugando y  me la desgastó sin preocuparse qué pasaría después, si alguien me aceptaría así, tan casi entera, pero tan completamente incompleta.

No sé si el banco de lunas las cambia por otras nuevas, si admite lunas así como mi alma, tan heridas y tan tristes, tan casi llenas, tan casi enteras, casi tan las de siempre pero tan  faltándoles la tajadita de melón que nos dejaba redondas y perfectas antes que se inventasen las paredes, las rozaduras y los niños perversos.

No sé que pasa cuando miro a la luna y veo que le falta el mismo cacho que me falta a mí y nos miramos ella yo tan así, tan con ganas de llorar y tan queriendo brillar con todas las fuerzas. Sin que se note mucho el abollado que deforma el brillo y lo deja tan así... tan poco redondo. 

Isabel Salas

miércoles, 10 de marzo de 2021

AMAR ES VERBO TRANSITIVO



Me persigues aún entre las sombras,
peso muerto que destroza mis hombros.
Sucia basura bajo mis alfombras,
cochambre y purria bajo los escombros.

Oscureces aún la luz del día,
contaminas las aguas de mi fuente.
A mi pesar, me llena de agonía
rememorar tu cinismo insolente.

Finges vivir sin saber dónde vivo.
Sabes quién soy, y yo sé quién tú eres
bajo la capa de tu amor furtivo.

Conozco el rictus de tu gesto altivo.
Aparentas amar a quien no quieres,
sin recordar que es verbo transitivo.

Isabel Salas




viernes, 5 de marzo de 2021

PENTACABLE



El hombre llegó caminando tranquilamente. Se paró debajo de los árboles y sacó su flauta cuidadosamente.

Gestos ceremoniales de quien realiza una tarea importante. Levantó la vista, elevó su espíritu y se llevó la flauta a los labios. Miraba las notas que iba a tocar por vez primera. Notas vivas e inesperadas. Inexplicables. 

Indomadas.

Tomó aire, posicionó los dedos y se dispuso inspirado a interpretar la música que se leía en los cables. Los pájaros pensaron en espantarse, pero algo les resultó familiar en aquella melodía que los hizo quedarse. Tal vez sintieron que estaba hecha para ellos porque no tenían capacidad de entender que estaba hecha por ellos.

No podían saber que ese es el trabajo del artista, mostrarnos la música que hacemos sin querer.

Pocos fueron testigos de aquel momento. Era temprano y no prestaron atención al sonido de flauta que bailaba flotando. Eso no le importó al flautista. Cuando terminó se alejó caminando serenamente. Acarició su flauta con cariño antes de guardarla. Gestos ceremoniales de quien se sabe importante.

Cerró los ojos, recogió su espíritu y agradeció por su corazón de artista.

Isabel  Salas

lunes, 1 de marzo de 2021

NIEVE DE LANA




Algunos corazones, como el mío, tienen agujeros demasiado hondos.

Son agujeros llenos de vacío y precisamente por eso, nada los puede llenar. Se quedan allí para siempre, enquistados y tan llenos de nada, que parece que nunca otra cosa podrá llenarlos. Con el tiempo, he aprendido que el problema no es tener esos espacios pues todos tenemos algunos. El problema, en realidad,  es qué hacer con ellos y con todas las cosas que te faltan.

En mis vacíos falta de todo un poco, como en las tiendas de los chinos, falta un gato dorado que salude con la manita a los curiosos, faltan también unas canciones que quería enseñarte y que dejaron el espacio sangrando cuando te fuiste sin haberlas aprendido. El vacío de ellas se incrusta en el de una receta de puré de patatas con jengibre que pensaba preparar un domingo de lluvia. 

En mis espacios abisales faltan miles besos, unas mantas de cuadros, un viaje al cañón del colorado y ese hijo que me hubiera sonreído con tu boca y te hubiera mirado con mis ojos, entre otras cosas que tampoco están. Tantas cosas faltan que parece imposible que un corazón aguante tanto vacío sin explotar.

El vacío de Canadá es uno de los peores, y no te creas que es por los árboles o la cabaña que una vez soñamos construir alrededor del fuego que habríamos encendido en las noches de frío. Lo peor son los calcetines que hubiéramos comprado con dibujos invernales. Siempre imaginé que esos copos de nieve de los calcetines eran un símbolo de hogar o de algo muy bueno, como la sopa de alcachofas o los flanes y creí que nunca superaría la falta de ellos.

La semana pasada, cuando aún pensaba que un milagro te haría volver, salí y compré dos pares, por si venías tener un regalo preparado, algo especial que te sirviera para toda la vida.

Fue una buena idea, pues aunque hoy sé que nunca volverás, al menos los saqué del vacío y ahora están guardados en un cajón, junto a otras cosas que existen. 

Puedo tocarlos, olerlos y hasta usarlos.

Y sí, funcionan bien y cuando me los pongo y los miro en mis pies, los vacíos se calientan un poquito también y parecen menos fríos, como el desconsuelo cuando lo consuelan, que no parece tan desesperado. El corazón se queda con menos ganas de explotar y hasta me animo a cantar yo misma alguna de esas canciones que ya no están en ningún lado.

Quién podría imaginar el poder de los copitos de lana cuando abrazan pies enamorados. Guardé el papel de regalo por si al final regresas, volverlos a envolver y poder fingir que acabo de comprarlos.

Estoy ahorrando para comprar también, en cuanto pueda, un cañón del colorado que me salude con la manita y sonría con la cara  de nuestro hijo.

Isabel Salas