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viernes, 1 de agosto de 2025

ARENA FRÍA


La arena de la playa quema. Durante el día el sol se mete en ella  y cada grano esconde una llamita.  Son fuegos que juegan a incendiar los pies.  Calor atrincherado en piedras diminutas, que pide piel a gritos para quemar.

Pero de noche cuando el sol se va,  a la arena se le escurre el sol. Se le escapa el calor y en pocas horas  demuestra lo que es: pedacitos fríos de piedras muertas, heladas, machacadas... rotas.

Donde había calor no queda nada.
Como un animal muerto, la arena fría, deja de respirar. Ya no sonríe con los pies que vuelan por encima ni con los novios que llevan a las novias a mirar las olas.
Ya no. 

La arena helada se pone triste y llora.
Así me pasa a mí cuando te vas y te llevas las llamas que habitan mis granitos. También me quedo helada, sin sonreír y respirando poco. La arena tiene suerte. Sabe que en pocas horas se termina su muerte. El día llega y con él, su sol.
 
Yo no. Yo no tengo medida para medir mi noche. Sólo sé que te vas y que al irte me matas. Sé que la muerte es fría y dura lo que dura.
Horas, días o años para medir los daños de la falta de sol.

Isabel Salas



FOTO: Juliako Bernal                                  www.juliako.es




sábado, 26 de julio de 2025

DENTRO DEL COCHE

Ella sentía correr las lágrimas mientras caminaba hacia el coche, le daba vergüenza llorar por la calle y por eso no hacía ademán de limpiárselas, como si ignorándolas y evitando los gestos de manotazos que las apartarían, se hiciesen invisibles a los ojos curiosos de quienes se cruzaban con ella.
Miradas indiscretas.
Molestas.
De adivinos.

Entró dentro del auto y arrancó para alejarse de la escena ridícula. El chorro de aire acondicionado. La radio. Mirarse al espejo. Calmarse.

Que tonta había sido. 
Tantos años después y va él y la llama. 
Y ella tan imbécil va y atiende.
Años después de sólo comunicarse a través de abogados, de gestores de horarios para visitas y vacaciones de hijos, de mediadores y graduados sociales, él va y la llama y le dice hola.

No levanta la voz. 
No grita.
Le habla bonito con la voz suave de antes de los problemas y las peleas. Habla de cosas buenas que están pasando con los hijos, pregunta como está ella y la deja responder sin interrumpir, le cuenta del trabajo, del coche que se cala, del primo cura que parece que es gay y se sale de cura. Ya se ha curado dice...y se ríe.

Ella hace tanto tiempo que no escucha su voz sin discutir que está atontada, le extraña y casi espera que sea un truco para pedirle algo referente a los niños, cambiar el orden de algún festejo para organizar un viaje...algo así, pero no.
Él sigue hablando y conversando. Ríe de  nuevo y ella se sorprende bajando la guardia y entrando en el clima de cordialidad.

Él habla más que ella , pero de pronto en medio de una frase, ambos se ríen. El sonido de sus dos risas juntas es para ella  como un puñetazo.

Lo quiso tanto. Le dolió tanto todo.
La crisis, la otra crisis, los engaños, verlo salir de casa para ver a la otra, verlo volver, escuchar sus mentiras. Las peleas, los gritos, los reproches.

Y ahora la risa de ambos  se sale de las bocas, se mete por las ondas de la tecnología y hace que se revivan sin previo aviso todas las emociones contenidas,  supuestamente superadas y olvidadas.
La excusa boba, debo dejarte, la batería. Adiós.

Dentro del coche, una mujer llora.

Al otro lado de la ciudad,  en otro coche, un hombre serio mira la pantallita del teléfono. Llamadas realizadas, el nombre de ella. ¿Qué impulso raro lo inspiró a llamarla?Han hablado tan bien... han conversado como hacía años, todo estaba perfecto hasta que las risas se juntaron y él  se vio transportado al centro de otras risas de  hacía mucho tiempo.
Quiso parar pero no hizo falta que inventase una excusa. Por suerte la batería de ella se estaba terminando y ella se despidió.

Y de pronto lo invade una ola de lágrimas y llora como lloran los hombres.
Con fuerza.
Con sorpresa.
Deja el teléfono y arranca.
El chorro de aire acondicionado. La radio. Mirarse al espejo.
Recomponerse.

Dentro del coche, un hombre llora.

Isabel Salas



lunes, 21 de julio de 2025

BOLA DE RULETA


A veces
 te quieres enamorar,
 y escoges entre todos los que ves,
de quién te enamoras.
De propósito,
porque es la hora,
porque tu alma pide hijos,
exige besos,
necesita cosas,
quiere dormir con alguien,
abrazadita,
y llora.


quieres de pronto ser de alguien, 
 o tener alguien
a quien llamar tuyo,
y te enamoras
con premeditación y alevosía.
Con decisión.

Lo haces
 del que está allí,
del primero que pasa,
de otro barco a la deriva 
como tú,
que está como tú,
queriendo lo mismo
buscando un amor que flote
al que agarrarse.

Y puede salir bien,
eso dicen,
 aunque a mí, la verdad,
siempre me salió mal.
Son amores aburridos, tristes,
grises.
Vomitivos, repugnantes,
sin sonido.
Submarinismo en un mar de barro.
Huelen a muerte
antes de nacer y son nocivos
para todos los tipos de salud,
peor que fumar,
o dejar de coger,
o parar de soñar.

A mí, 
lo que me sale bien 
es enamorarme sin querer.
Enamorarme 
prestando resistencia.
Gota a gota,
como un suero maldito directo en la vena.

Con miedo.
Con ganas de matar,
de golpear.

Me sale bien
sentir a ratos rabia 
de quien me despierta cosas dormidas,
de quién derrite
sentimientos congelados,
y resucita
sensaciones muertas.

Con esos amores
siempre me sale bien,
respiro colores,
exhalo perfumes y risas.
Hay sensación de vértigo
pero no vomito.
La vida me respira y yo a ella,
ósmosis vital.
Mares limpios para nadar,
buceo a pulmón libre
atravesando peces.

Son amores de veras.
Verdades de intensidad variable,
 terremotos educados 
que te lo derrumban todo
con una sonrisa de magnitud diez
con derecho a tsunami.
Con vete al carajo
y vuelve rápido
que sin ti no es lo mismo.

Amores impremeditados,
con atenuantes,
con pimienta en la llaga,
risas raras,
miradas estiradas como hilos de cobre
ruido de bolita
saltando en la ruleta.

Felicidad,
fantasía, sueños,
sonrisas
y el susto constante,
permanente,
de morirte o borrarte
cuando se cumpla el plazo
de caducidad.

Isabel Salas

domingo, 13 de julio de 2025

CALIBRE NUEVE


Cuando me defiendo, 
me defiendo de todo con la misma fuerza.
Me defiendo de mí,
de ti,
de lo que se mueve,
de lo que siento malo con razón o sin ella, 
y de lo bueno,
de lo bueno raro que parece palo,
aunque no lo sea.

Sin orden ni pudor, 
sin concierto esquivador de golpes.
Sin razón.
Ataco lo que imagino 
y lo que existe.

Todo me sabe a malo y todo es peligroso.
Mi cabeza no piensa 
porque estar así es como estar dormido,
o tonto,
o peor, mucho peor,
dormido, 
triste y tonto.

Y cuando me defiendo de todo lo gris,
yo también me quedo gris
y es difícil quererme.
Lo sé.

Nunca he pedido que me quieran así.
Querer en blanco y negro no es algo que se pida.
Es algo que no pasa,
y si pasa,
el gris se pasa y vuelven los colores
 y todas las sonrisas.
 Pero eso es raro,
¿Quién va a querer amar de esa manera?
O mejor, 
¿Quién va a querer amarme así?

La manera existe, 
lo que no existe es quién la aplique en mí.
Nunca pasó,
y si pasó,
pasó tan lejos que no la sentí.

Así que normalmente,
 mi locura gris la limpio sola,
escribiendo
 hasta parar todo lo que se mueve,
o llorando 
lágrimas especiales 
calibre nueve.

Letras saladas y lágrimas sin tildes,
las dos formas,
solas o combinadas,
que dejan mi sonrisa nueva 
y devuelven la vida 
los colores muertos.

Mis dos maneras de abrillantar los ojos,
y mirar lo que pasa,
lo que existe 
y lo que yo quisiera que existiera.

Mi manera mía de mirarlo todo,
con mis ojos míos.
 
Mi mirada mía llena de palabras brillantes
escritas con tinta calibre nueve, 
que por no pensar,
a todo 
se atreve.

Isabel Salas




sábado, 21 de junio de 2025

NOCHE Y AURORA


Al final del final de la tarde,
llega la noche,
la  negra noche llega,
y mi piel arde.

Arde de ardor de ganas de que llegues,
de ganas de ganarte,
de tenerte,
como un premio de tómbola.

De enredarte 
en mis manos y en mi pelo,
de sentir tu lengua dentro de mi boca
como un caramelo.

De contarte secretos
de adivinarte gustos 
y darte tres mil besos
que borren tus disgustos.

La noche en carne viva 
que se pone bonita,
que se viste de estrellas,
de caracolas,
de lava de volcán,
de trigo  y amapolas.

Mi preferida hora,
la que te trae a mí y te deja ser mío
hasta la aurora.

Isabel Salas


jueves, 19 de junio de 2025

SIN SOL


 Hoy 
quiero ser caracol.
Ni mulas ni canarios tienen cascarita
y yo quiero estar dentro.
Dentro de algo,
que sea casita
por un momento grato
y haga que se me olvide 
que me salí 
de ti.

Esconderme del sol.
 Escapar 
del control.
Huir de los horarios, quedarme calladita
y volver a mi centro.
A mí.

 Mi centro de comando.
 de control.
 De poder.
De poder sobre mí. 
De poder respirar y volver a vivir.
Centro de graves decisiones,
de gravedad.

Allí gravita 
la fuerza que preciso para no llorar
  y tratar de seguir,
continuar,
poder jugar y sonreir
sin ti.

Isabel Salas


domingo, 8 de junio de 2025

LA SEMANA

Dijiste una semana. 

Una semana llena de horas divididas en días que en un primer momento me parecieron eternos, pero aún así me preparé. Imaginé que sin ti, serían siete noches tristes y siete tristes días con sus tristes tardes casi imposibles de soportar, pero me obligué a sonreír y confiar. 

Soy una especialista en eso, en sacar sonrisas del sombrero mágico de dónde otros sacan conejos y palomas.

Así que saqué una y me la puse. 

Me preparé para esperar a que pasaran esos siete días, sabiendo en el fondo de mi alma que era mentira y no regresarías. Aún así me dispuse a contarlos uno a uno, a mano.

Y el alma tenía razón.

El siete se estiró como los cuellos de los dos millones de pollos que hay que matar para conseguir un kilo de orejas de pollo.

Mucho.

Mucha sangre, mucho dolor, muchas lágrimas de pollo y mías mezcladas y al final plumas por el suelo, tus canciones malditas que suenan en mi cabeza y tu horóscopo chino, que  debe ser rata o algo que rime bien con cabrón por si tengo que escribirte un poema que salga bonito y digas gracias por bendecirme.


Que bien rimado está.
Muchísimas gracias. Aleluya. Amén.

Pero que pena que los dos millones de pollos ya no podrán oirte porque sus orejas ya no están.
Ni yo.

Ni esas luciérnagas del bote de cristal que estaban allí para ser lamparita pero nadie aguanta brillar tantos días y están dormidas o sordas o muertas y ya no vuelan ni bailan aunque venga en persona Juan Gabriel a cantarles, con Bisbal y con todas las otras encantadoras voces masculinas del panorama musical mundial.

Isabel Salas




domingo, 16 de marzo de 2025

AMO A UN POETA


Abordaré hoy un asunto muy peliagudo, complicadísimo y delicado. Es uno de esos temas en los que cualquier mujer usaría la típica frase de la amiga, a la que le pasa tal o cual cosa, y en los que quienes la escuchan aceptan lo de la amiga sabiendo que  es mentira, así como saben  que todo lo que venga después de esa introducción, será verdad. Una verdad que al disfrazarse de mentira coge fuerza de puño y golpea como sólo las verdades saben.

Amante de las letras como soy, siempre supe que los poetas son unos perros desgraciados que usan su arte para engatusar incautas y levantar su ego. Adoran rodearse de admiradoras y escriben apuntando directo al corazón femenino sin compasión ni remordimientos, por eso, por ser tan lista y haberme dado cuenta de como realmente son esos cabrones es que hace muchos años decidí buscarles una buena definición que me sirviera de hechizo protector para salvarme de su embrujo.

Inspirada en el diccionario y en frías descripciones científicas, concluí que poeta es el tipo indecente alrededor del cual las mujeres vuelan como  mariposas hipnotizadas hasta quemarse las alitas y caer muertas, de amor o desamor, a los pies del infeliz. 

Reconozco que como definición deja mucho que desear, no parece muy parcial y puede que le falten hasta comas, pero a mí me sirvió durante años como un impermeable de pescador de altura para no mojarme con los versos cargados con tinta hecha de miel de abeja venenosa, que es con la que estos seres despiadados suelen llenar sus plumas. 

Todo fue bien hasta que una noche unas amigas me hablaron de un poeta de pelo negro y versos de colores que según ellas era la dulzura hecha poema y amor convertido en letras plateadas que brillaban con la luz de los rayos de luna llena. Me acerqué curiosa y descuidada, segura de que mi escudo protector funcionaría y me mantendría a salvo. Incauta y torpe no vi que me estaba acercando demasiado y demasiadas veces. No noté tampoco la frecuencia cada vez mayor con que lo buscaba y trataba de llamar su atención ni percibí la tristeza infinita que me invadía los días en que él no me miraba porque al hablarme disipaba todas nubes y el cielo se llenaba de soles bailarines.

Los días fueron pasando y cuando quise darme cuenta ya estaba completamente enamorada. Ni poco ni muchito, toneladas de amor desesperado, desgarrando mis entrañas mientras mi obsesión por sus letras me impedía percatarme del tamaño del problema.

A las pocas semanas los estropicios eran evidentes, empecé a hablar en rima y a suspirar entre lágrimas ante cualquier flor o cualquier estrella. Lo observaba todo atentamente por breves instantes y enseguida salía volando del local. Atravesaba rauda los cielos árticos o antárticos deseando llevarle a mi poeta aquellas impresiones lo más frescas posible para que él las transformase en poemas con perfume de nieve recién cortada. 

Nunca se vio una musa más intrépida.
Me deslicé por cráteres abiertos para observar la sangre del planeta corriendo por las venas ardientes de los volcanes y amparada en mi inmortalidad me dejé picar por los venenos de cientos de arañas y serpientes para describirle a mi amor las mil formas de agonía más espectaculares.

Hice tantos méritos que pronto fui su preferida. Las otras musas se fueron retirando aburridas buscando otros artistas, pues él sólo tenía oídos para mí. Las mujeres mortales disputaban celosas quien de entre ellas era la inspiradora de aquellos versos bellos y en desacuerdo discutían hasta el agotamiento mientras yo era feliz con mi amado escritor, su blanca piel y sus negros cabellos. 

Él me esperaba ansioso cada noche y yo ansiosa corría a susurrar en su corazón las palabras más amorosamente pronunciadas jamás por ninguna musa para cualquier hombre y todo estuvo bien hasta que el segundo mal me acometió. 

No me bastaba amar.
No.

También los celos se adueñaron de mí y comencé a sufrir cada vez que me iba, sospechando de todas las almas femeninas mortales o inmortales. Dejé de demorarme respirando las flores para besar a mi poeta con perfume de vida y poder regresar más rápido. Dejé de revolcarme en la arena del desierto para llevarle la piel ardiente del deseo animal y me convertí en una musa común llena de prisas y ansiedades que ya no le servía para nada.

Empezaron así las discusiones.
Cortas al principio y demoradas más tarde, hasta hacerse eternas. Él bebía, yo lloraba, él me aseguraba que yo era la única  y yo le exigía pruebas de fidelidad. Él me juraba amor suplicándome confianza mientras yo lo atormentaba de todas las maneras conocidas, le robé el sueño, lo dejé inservible, arrugado, irritado, con el miedo feroz en su pecho instalado.

Entramos en la fase del odio.
Lo dejé sin virilidad.

Sinceramente no podía comprender como las cosas habían ido degenerando hasta llegar a aquel punto y una mañana partí exasperada. No lo hacía para alejarme de él definitivamente sino para tratar de encontrar una solución a tamaño tormento que bien me diese paz para seguir amando a aquel despojo, o bien arrancase de a mí aquella obsesión y me permitiese retomar mi vida de musa frívola y coqueta sin ningún sonrojo.

Me informé con otras musas y todas me indicaron el mismo camino: debía subir la  montaña Melt´s y allí pedir consejo y orientación al más veterano asesor de musas enamoradas, El Sabio Ahmed, famoso erudito que en muchas cuestiones trascendentales había aportado la correcta solución tanto en días pasados como en actuales.

Llegué a su presencia llena de esperanza y agradecida comprobé que él no me apremiaba de ninguna manera, sin interrumpirme me dejó hablar, llorar y contarle con detalle cada uno de los episodios que yo consideraba imprescindibles para una perfecta comprensión del drama que hasta allí me llevaba envuelta en roja llama. 
Él me miró con total comprensión.

Me habían dicho que era un varón de pocas palabras que cuando hablaba lo hacía con voz muy firme y que muchas veces respondía el dilema que le era presentado con una frase mágica que llevaba escondida en los pliegues el germen de la respuesta que necesitaba el visitante.

- Dime como te sientes con todo esto.
Y yo sin mucho reflexionar, respondí  con total sinceridad.
- Estúpida.

Tanta conversación,tanto llanto y frustración para que al final en eso se resumiese todo. Casi estaba a punto de irme cuando él habló de nuevo.
- Cualquier estúpido puede amar, pero para confiar hay que estar loco.

Comprendí que tenía razón, con toda justicia  lo llamaban Sabio. Cualquier mujer llegando a este punto recularía, pero yo no soy una mujer, soy una musa y estaba ante un dilema vital: desamarrar mi cordura para poder vivir mi amor con plenitud, confiando de alma abierta en mi poeta o mantenerme en el camino racional de la musa tradicional y alejarme de ese amor exigente que requería ese último paso más allá del estricto cumplimiento del deber para el que había sido creada.

Miré al Sabio Ahmed suplicante. Mi decisión no era fácil y él lo adivinaba , yo no sabía que hacer pero el anciano, con un gesto elegante, señaló dos copas que estaban servidas en una mesa cerca de donde nos encontrábamos.

- Permite que el destino decida por ti. En una copa tienes el licor de la locura y en la otra el que te dará la paz que tanto ansías, acércate, toma una , bebe y sal de aquí, tus pasos estarán guiados por el destino que escojas al beber y yo estaré feliz de haberte servido.

Cuando salí de allí dos minutos después, yo era la musa desquiciada que soy hoy. Gracias a eso mi poeta dejó de ser un escritor más y ahora es un genio.

Tiene una de las musas más loca de la historia, y  como mis hermanas que bebieron antes que yo la copa del Sabio Ahmed, descubrí pasado un tiempo, que aquel sabio desgraciado me engañó.

En sus licores solo hay locura y jamás una musa encontró la paz después de visitarlo.


Isabel Salas
Del libro NAVAJA DE LLAVERO






miércoles, 11 de diciembre de 2024

VETE




Por un momento
tu camino fue el mío
 y el mío tuyo.

Durante un tiempo,
soplaba en nuestros rostros
 el mismo viento,
en el mismo sendero
del que ahora huyo.

Lo que inundaba el sol y hacía nacer flores, 
se ha llenado de noche.

Algo ha cambiado,
ya no brilla el charol, se fueron los colores.
Todo apesta a reproche.

Me salgo de tu ruta,
salte tú de la mía
y regresa a tu gruta.

Sal de mí,
de mis ojos,
de mis canciones
y de mis labios rojos.
Salte de mis palabras
y de mis intenciones.

Vete.

Márchate de mi vida,
del asfalto,
 de las piedras, del árbol,
de mi alma, 
que vive en sobresalto.

Sigue tu senda,
llévate tus promesas
de caminar unidos.

No hay solución, se abrió la fenda.

Demasiadas mentiras,
miles de burlas formaron mi prisión.

Vete.

Libérame,
vuelve a tu mundo
y olvídame.

Isabel Salas















viernes, 29 de noviembre de 2024

DESNUDA


No estoy en ti.
En nada tuyo estoy
 como tú estás en mí,
viviendo en todo  lo que hago,
desde siempre,
 hasta hoy.

Estás en mis palabras,
y cuando escribo cosas,
eres la espina 
de mis mariposas,
la misma perra espina de mis vocales
 y de mis rosas.

Siempre tú,
maldito botón 
de todos los ojales.

Flotas en mi mirada
y antes de ver el mundo
tengo que sacudirte 
de mis ojos de niña enamorada.
Si no lo hago... 
todo lo confundo
los  verdes se hacen rojos
y en medio tú,
negro profundo.

Vives en mis sonrisas,
en las lágrimas tristes que a veces lloro.
Estás en los suspiros
y en la llave de oro
que abre las risas.

Eres el oso parado en el hielo
y eres los aviones
que vuelan por mi cielo.

Estás en todo lo que cuento
pero cuando te miro
en nada tuyo
yo me encuentro.

Mi corazón es tu casa,
sin poder evitarlo muda su canto
a ti se acompasa.


Encharcado de agua rasa,
el tuyo,
 es el espanto que me arrasa,
 cuando a ti vuelvo
desnuda
y sin orgullo.

Isabel Salas


domingo, 29 de septiembre de 2024

AGUA Y CALOR



Me gustan mucho las tardes así como ésta, fresquitas, nubladas, que colocan una luz de noche anticipada a las seis de la tarde. Por lo que sea, a mí me dan paz. Todo lo que tenga agua me gusta, para beberla, para bañarme o para sentirla encima de mí esperando en las nubes a que sea la hora de caer.

La lluvia en el trópico es un rito ancestral que envuelve al cielo y a la tierra, en cierto modo me parece al mismo tiempo intensa y mágica vestida con una solemnidad casi litúrgica. Antes de caer, un viento fuerte nos avisa a todos de su inminente llegada, alertándonos para que busquemos donde meternos. Lo hace con autoridad no exenta de un cierto toque lúdico, mientras aúlla entre las calles despeinando árboles y mujeres, levantando faldas, metiendo tierra en los ojos y asustando a los perros. En la ciudad, en pocos segundos todos corren a guarecerse, regresan a sus casas si están cerca o se refugian en los comercios y en las iglesias. 

Cuando llegué a Brasil hace muchos años, no sabía interpretar esas señales, vivía en Campinas, una ciudad cuyo nombre siempre sale de mis labios endulzado con la sonrisa de los bellos recuerdos. No corría, no me escondía, si me pillaba en la calle me quedaba parada escuchando el viento, embobada con su fuerza y la lluvia descargaba encima de mí  dejándome empapada en segundos. 

Al contrario de lo que sucede en el hemisferio norte, aquí normalmente, llueve en verano, por las tardes o las noches y la lluvia no está fría.

El olor a tierra mojada es inevitable, aunque estés en una ciudad porque las poblaciones están rodeadas de tierra y hay parques y otros espacios naturales por todos lados, es muy agradable y poético. Miles de canciones o poemas se han inspirado en ese aroma, pero a mí lo que me gusta hasta hoy, cuando hablamos de lluvia, es el olor de asfalto mojado.

Alfalto caliente mojado.

Me despierta todos los sentidos notar el calor que se desprende de las calles que han pasado el día entero al sol. Durante los primeros cuarenta segundos de lluvia, todo ese calor empieza a evaporarse y sube desde el suelo acariciando las piernas mojadas.

Al llegar a la cintura ya no es tan intenso, se ha vuelto templado, y es así que llega al cuello. Templado y mojado, te sujeta por los hombros y te hace tener constancia de tu tamaño, de tu altura, de tu peso y de tu propio calor antes de meterse por debajo del cabello y enredarse en él, jugando e impregnándolo de su aroma. 

Cuando llega a la nariz, el perfume del asfalto ya no quema, huele a calles , a coches, a gente buscando trabajo o amor, a niños con mochilas, a carrito de helados, a zapatos de baile, a tu propia piel, a tu propio pelo y a tu sudor mojado.

A veces después de todo ese recorrido, se desliza hasta los labios y te besa. Un beso caliente y mojado.

Me gustan todas esas sensaciones. Son gratis, son espontaneas y por mucho que las experimente no me cansan, como otras cosas que me dejaron de gustar después de haberme gustado tanto que incluso llegué a creer que sería imposible vivir sin ellas. 

Se puede vivir sin muchas cosas, lo he aprendido conforme mi lista de prioridades año a año se ha ido acortando. Será por eso que tardes como ésta me gustan tanto. Oscurecen  las seis de la tarde, me traen olores gratos de niños con mochila y zapatos de baile,  y sobre todo me recuerdan, con su beso,  que hay cosas que nos gustan para siempre y otras que dejan de gustarnos.

Como tú.
Que cada segundo que pasa me gustas menos.

Isabel Salas
Del libro NAVAJA DE LLAVERO



jueves, 19 de septiembre de 2024

ROTO COMO NUEVO


Cómo podía imaginarme 
que las alas rotas vuelan tan alto,
que las manos de uñas rotas 
acarician mejor
o que las bocas partidas por mil golpes 
saben besar como ninguna.

Nadie me dijo 
que las velas rotas 
de los barcos fantasma
saben atravesar los mundos 
y nadar entre sueños.

Mi corazón roto 
aprendió a dar cariño perfecto,
 mis ilusiones rotas 
han aprendido a brillar con las luciérnagas
y ya no queman.
Vuelan.
 
 Como  podía imaginar 
que romperse es bueno para escribir poemas,
para quererte
y para besar.

Soy el lobo de Caperucita.
Vuelo mejor, nado mejor
beso mejor. 

Quién lo diría...
Que mi sonrisa de alma rota
parece nueva
y canta por alegrías.

Isabel Salas