domingo, 26 de junio de 2022

ALMA EN CALMA


En mi balcón,
macetas con geranios.
Y tú,
 en la sonrisa
de mi corazón.

En mi piel,
la huella de tus manos.

En mis oídos,
tus palabras de miel.

En mi cuerpo,
músculos olvidados 
me recuerdan tras estar contigo,
como pueden doler
después de desbocados.

En mi alma
el olor de la tuya,
que es la paz de la mía
y mi calma.

Isabel Salas


sábado, 25 de junio de 2022

TAN ARRUGADO


El tiempo pasó,
 y tú, 
con él, por fin,
 pasaste.

El amor pasó, 
y nosotros, 
pasamos con él.

Pasamos,
terminamos,
ya no estamos.

Como el viento, mi amor, 
que pasó
y me llevó con él.

El amor que era tuyo,
se fue, se terminó, 
se ahogó, 
lo eliminaste.

Como el agua del río
dañina y corriente
arañaste la roca, me dañaste,
me heriste, me olvidaste
y te fuiste.

Puñal 
que pasó por mi alma
cortándola en dos, 
así me partiste, 
sin dudar 
ni sentir mi dolor,
antes de irte.

Pero ya se olvidó.
Como el aire, 
pasó.

Como pasó el  dolor 
o el temblor 
de mi piel.

 Como mis lágrimas,
que pasaron rodando.
rodaste,
 te marchaste.

Ya no sé que decir
ni cuando pasas cerca,
yo que te amaba tanto.

Yo,
que siempre te hablaba, 
sé que ya no te amo
como te amaba.

Ni mis palabras, ni yo
ni mis derrotas,
quieren hablar contigo.

El tiempo ya pasó,
y con él admití,
que te llevó consigo.

Acepté que a pesar,
 de ser parte de mí,
tú ya no estás conmigo.

Isabel Salas

miércoles, 22 de junio de 2022

LUTO EPITELIAL


 

Ya me ha pasado antes y siempre es la misma sensación. Cuando estoy en una relación de esas que modernamente se llaman tóxicas (un nombre genial por cierto) siento como realmente me envenenara de muchas maneras. Escucho a las amigas darme consejos de cómo es necesario salir de ella, pero insisto, hasta romperme la cara de todas las formas posibles e imposibles, antes de comprender que realmente es un disparate y estoy haciendo el tonto.

A cabezona y pendeja a mí, modestamente, me gana poca gente. Después entro en el período de aceptación y autoconsuelo en el que leo la biografía de grandes mujeres que vivieron grandes amores tóxicos para sentirme menos idiota y hacer valer ese refrán tan bonito de "mal de muchos consuelo de tontos". Termino incluso riéndome de mí misma y de mis patéticos llantos a la luz de la luna, escribo poemas de desamor y artículos feministas destilando rabia hacia el macho ingrato, usando así todos los recursos a mi alcance para curarme.

Y entonces, misericordiosamente, llego a la fase que yo llamo "despelleje". Soy muy blanca, me he quemado muchas veces cuando he intentado broncearme y he cambiado mi piel cientos de veces (tal vez miles si hablamos sólo de mi nariz). Incluso usando protector factor 60 el sol para mí es un problema y me quemo siempre, hasta dentro del coche conduciendo o cuando está nublado.
Cuando comienza a secarse esa piel quemada y se van cayendo las tiras de piel muerta es cuando realmente empieza la cura y deja de picar y de doler. Soy una experta y sé rascarme con todo tipo de objetos para acelerar el proceso. A veces tarda sólo unos días que se hacen larguísimos, y otras son necesarias semanas, pero al final toda la parte de fuera está nueva, ya no duele, no arde y me llena esa sensación de "aquí no ha pasado nada" que parece un halls de lo bien que respiras por todos los poros recién estrenados.
Si yo fuera de usar palabras difíciles diría que me embarga una sensación maravillosa, pero los bancos le han quitado el toque poético a esa bellísima palabra con el apoyo del gobierno rescatador de hijos de puta y prefiero usar "llenar" que es más de andar por casa (caso tengas casa y no te hayan expulsado los embargadores, ya me entiendes).

El caso es que cuando estoy saliendo de una de esas relaciones venenosas y por fin, noto que estoy en el período de cambio de piel. Cada tirita que se desprende me deja respirar mejor, empiezo a aceptar otros cortejos, me hacen reír otras bromas y hasta acepto invitaciones a salir y comer palomitas en otros cines con otro codo en mi codo fingiendo que me toca sin querer.

Es un alivio.

Una alegría.

Uno de esos velatorios alegres en los que el muerto era un cabrón y los asistentes mal consiguen disfrazar la satisfacción de verlo allí bien muerto en su cajita con la pata bien estirada. Las condolencias a los familiares suenan a "enhorabuena" aunque todos traten de disimular y en cuanto se termina el funeral todos corren a casa a meter las pertenencias del muerto en unas bolsas y donarlas al asilo de viejos más cercano.

Me jode un poco eso de que los viejos se tengan que vestir con ropa de muertos pero entiendo la parte práctica de esa costumbre y no puedo criticarla sin entrar en detalles psicológicos que os dejarían con los pelos de punta porque entiendo esa prisa en donar o tirar a la basura, en casos extremos, lo que nos recuerde al ser insoportable que acaba de morir.

En mi caso la ropa vieja, metafóricamente hablando, de mi amor fallecido son los recuerdos, las fotos, los regalos, los poemitas, las canciones y todo lo que formaba parte de aquel romance mal hilvanado que se deshace como pellejo muerto y yo, tan razonable y tan niña fontaneda como puedo ser cuando algo deja de importarme, dejo de insultar, le amarro un globo en los huevos y, como dicen los textos de autoayuda, lo dejo ir.

Que bella imagen: perdonar es dejar ir.

Empaquetado, flotando en el cielo lo veo partir y acaricio mi piel nueva dispuesta a enamorarse otra vez sabiendo que no hay protector que proteja lo bastante, pero consciente de mi extraordinario poder de cura.

Y esa sonrisa...


Isabel Salas

 


domingo, 19 de junio de 2022

TAL PARA CUAL



Ella era una tal,
alzada y altanera, 
prepotente y letal,
muñequita de cera, 
y él, 
era un cual.

Eran almas gemelas,
predestinadas.
Cual para tal
y así se amaron,
tal para cual.

Ella dejó al marido traficante
y huyó con el poeta
que le escribía versos,
con tinta destilada
de la bragueta.

Gilda sin guante,
genio perverso,
carta marcada,
Fría y coqueta
pretendía ser centro
del universo.

Ella,
joya preciosa,
acostumbrada al lujo,
avariciosa,
cambió al granuja
por el granujo.

Él, ambicionando paz,
cayó en la trampa 
que le tendió el disfraz
de la princesa.

Necio y falaz,
mentiroso, cobarde
y adulador,
no comprendió
que ella jugaba 
al juego del amor
como jugaba él.

Los dos fingieron ser
cual para tal,
y al final eso fueron
amor de atardecer,
de intermitencia,
siendo tal para cual, 
uno del otro,
la penitencia.

Isabel Salas





sábado, 4 de junio de 2022

DE VUELTA


Algunos abismos, en vez tragarnos y hacernos desaparecer en el oscuro infinito, resulta que, inesperadamente,  demuestran ser dignos de estar entre los mejores profesores que la vida nos tenía reservados. Nos enseñan de qué estamos hechos, nos sirven de espejo para mostrarnos quienes somos en realidad, nos dan la oportunidad de aprender, de mejorarnos y de conocer personas a las que nunca habríamos conocido si no hubiéramos reunido el coraje necesario para saltar y lanzarnos al vacío.

Esos vacíos tan didácticos, existen, no lo dudes. Son tan inhóspitos que lamentas no tener las mismas vidas que tu gato (o la mitad) para poder morir un ratito y descansar un poco de sentir pánico mientras esperas a que se active la próxima vida y así, poder continuar cayendo por ese túnel oscuro que un día, te pareció la alternativa más viable. Ese espacio negro en el que te zambulliste cuando te percataste de que quedarte sin saltar era la muerte segura y lanzarte a lo desconocido, tal vez ofreciera alguna oportunidad de sobrevivir, caso los milagros existieran y los finales felices estuvieran hechos también para gente como tú.

Nadie debería pasar por eso, pero todos los días alguna persona en este mundo, opta por salir de su "zona de confort" cuando entiende que lo conocido es totalmente letal y previsible. Hay una sentencia inevitable a punto de ser anunciada  y la única alternativa de salvación, es la salida desesperada.

Seguramente muchos mueren en ese abismo, tras ese salto sin paracaídas. Esas decisiones se hacen precipitadamente, sin planes elaborados llenos de as y bes, se producen en uno de los últimos segundos de cordura, o tal vez en el primero de locura, aún no lo sé muy bien, pero si sé que suelen terminar muy mal, y sin embargo otras veces, porque el destino es caprichoso y la vida un festival de sorpresas,  acaban muy bien. 

Terminan bien porque inesperadamente, encontramos manos tendidas, voces amigas, consejos útiles, gente que se la juega con y por nosotros y sobre todo, el abismo insondable nos obliga a encontrar las fuerzas para confiar en esas manos y creer en esas voces. El frío nos permite escuchar esos consejos y nos incentiva a abrazar sin miedo a las personas que se la juegan por nosotros. 

Y es venciendo ese miedo que volvemos a ser aquellas personas que un día fuimos y es ese el momento en que dejas de caer en caída libre y comienzas a flotar y a ver frenada tu velocidad de impacto. 

Es cuando el abismo deja de estar tan oscuro y puedes entreabrir los ojos por pocos segundos y ya no parece tan oscuro, y es cuando empiezas a pensar en otras posibilidades y el miedo se hace cada día más chiquito, y la esperanza cada semana, más grande, hasta que un día sientes algo duro debajo de tu pie y tanteas con cuidado antes de abrir los ojos de par en par y resulta que has llegado al final.

Y no has muerto.

Hace sol.

El día se presenta como el primero de otros días fuera del abismo al que un día saltaste empujado por el terror, y hoy, ese mismo agujero, te devuelve al mundo transformado en una mejor versión de ti mismo, con aquella sonrisa que solías tener cuando los abismos no existían.

Y un amigo querido ve tu foto y te dice que hace años no veía esa sonrisa en tu rostro y tú, por fin, puedes salir a la ventana y pedirle al sol que te acaricie, que te reconozca y diga tu nombre: estás de vuelta.

Isabel Salas