Amaneció lloviendo y mi patio es una verbena llena de farolillos de agua colgando de cada hoja y cada rama. Los alambres de tender la ropa y el suelo también contribuyen al ambiente de fiesta con su brillo húmedo. Hasta yo colaboro con unas lágrimas al ver toda esa belleza que se despliega solo para mí. Hace años que llevo el llanto puesto y a la menor oportunidad desborda.
Mientras yo me dedicaba a hacer unas fotos de nuestras plantas mojadas para la posteridad, mis gatas miraban atentamente sin entender muy bien mis impulsos fotográficos pero como siempre compañeras solidarias y curiosas.
Les expliqué por qué siempre me han gustado los patios mojados llenos de reflejos y charquitos: son los domingos de las hormigas. Sin embargo ésto a ellas no creo que las haya impresionado mucho. Viven en un feriado prolongado llenas de mimos y desde su posición de privilegios gatunos, la lluvia, el frío o el calor suelen ser fenómenos que ellas disfrutan cerca del ventilador o al lado de la estufa, según corresponda.
Esta lluvia de hoy, definitivamente, alejará los últimos días de verano y hará que el otoño se instale con determinación. Lleva unas semanas tonteando, haciendo apariciones esporádicas al atardecer pero por alguna razón cósmica que desconozco, permite que el calor reine por algunas horas antes y después del almuerzo. Se crea así ese desconcierto climático tan característico de los cambios de estación en los cuales vemos por la calle gente vestida de invierno y otros con manga corta. Casi siempre son los jóvenes que van desabrigados y los mayores que se cubren demasiado por el miedo de enfermarse.
Siempre hay una madre con frío pidiéndole a niños acalorados que se pongan ropa porque ellas tienen frío y ellos se ríen y siguen corriendo con sus pieles al aire.
Las risas de los niños corriendo son como las gotas de lluvia en las hojitas, eternas y fugaces.
Isabel Salas