viernes, 25 de febrero de 2022

MI VAGINA NO ES UN ORIFICIO


Últimamente se ha puesto de moda, en ciertos círculos, llamar orificios a las vaginas y deseo manifestar mi completo desacuerdo con semejante práctica. Digamos, de paso, que tampoco  me gusta demasiado la palabra vagina  y tengo mis razones. 

Por lo visto vagina es una palabra de uso muy reciente, además de ser total y completamente machirula. Según he leído aparece en 1641 cuando un botánico y anatomista alemán llamado Johann Vesling, profesor en la Universidad de Padua, tuvo la peregrina idea de llamar así al conducto maravilloso que une el mundo exterior con nuestro útero. 

Podía haberla llamado recinto de la vida, camino del placer, cueva fabulosa o cualquier otra cosa bella, pero le puso el nombre vagina porque le pareció que esa parte de nosotras era parecida a la vaina que cubre a la espada, una especie de funda o envoltorio. O sea, se olvidó de su suavidad, su utilidad y su misterio, para definirla como "la parte de la hembra" que rodea o cubre  al pene durante el coito.

Es decir, tras preguntarse este buen muchacho como podría referirse a ese conducto casi mágico, elástico, calentito y autolubricado por nombrar algunas de sus preciosas particularidades, se le ocurrió ponerle un nombre simplón que remite al puntual uso que de ella hacen los varones. Nosotras no contábamos para nada, y así seguimos. Fue así como el órgano sexual femenino fue bautizado en honor al pene. Realmente es una burla. Una burla histórica, tal vez sin mala intención, pero sin lugar a dudas una ofensa en varios sentidos. 

Busqué como se referían a nuestra querida vagina antes de que el bueno de Johann se animara a bautizarla y poca información he encontrado. Los romanos llamaban vulva a todo el contexto, y no se sorprendan al saber que vulva también significa envoltura y englobaba todo el paquete genital femenino, desde los labios  menores y  mayores, hasta la propia vagina y  el clítoris. 

En lo que se refiere al  nombramiento de nuestros organos sexuales, las hembras occidentales les debemos a los griegos la belleza de la palabra clítoris, pues viene de  "kleitoris" y significa pequeña montaña. Ellos sólo conocian la parte externa del clítoris y no podían sospechar su verdadero tamaño y ubicación pero al menos le dieron un nombre poético sin referirse a lo que un varón podría o no hacer con nuestro querido amigo. Por cierto la palabra climax tambien es de la misma familia y además según mi experiencia tiene toda la lógica pues con pene o sin pene es el clítoris que nos da los mayores  contentamientos en lo que a orgasmos se refiere.

Quero termimar diciendo que la alegría de recibir a un hombre dentro de mí jamás la he vivido como la aburrida entrada de un pene en mi vagina. Es mucho más que eso, es el hombre completo con sus risas, sus caricias, sus palabras, su olor y todos sus gestos. Y no entra solamente a mi vagina, ese hombre está allí porque de alguna manera ya tiene mi amistad, mi deseo, mi corazón o tal vez hasta mi amor y cuando sucede la penetración, entra tambien en mi corazón y  en mi cerebro. Puede incluso tocar mi alma cuando el amor es grande y mutuo y hasta nuestras aureas se abrazan cuando nuestros cuerpos se encajan en esa magnífica coreografía donde hombre y hembra se encuentran. 

La vagina no es por tanto la funda de un pene, es mucho más, es el comité de bienvenida a todo el resto y menos aún es un orificio. La vagina podría tener nombre de flor, que para eso el tal Johann era botánico, o nombre de cualquier cosa que evocara lo que es, una parte esencial de nuestra identidad sexual por supuesto, pero tambien una entrada al mundo del placer o la salida triunfal para nuestra sangre menstrual y nuestros hijos.

Si la palabra vagina en su origen fue inapropiada, ésta nueva tentativa de borrar la vagina convirtiendola en un simple orificio me parece un agravio aún mayor. Nuestro órganos sexuales son mucho más que nombres. Debido a ellos, a su maravillosa capacidad de dar placer y de engendrar vida es que hemos sido amadas o repudiadas, ensalzadas o perseguidas, sacralizadas o estigmatizadas dependiendo del contexto histórico. Pero definitivamente, en pleno siglo XXI corresponde que defendamos nuestro cuerpo y cada porción de él como lo que son, partes indivisibles de un todo maravilloso que es la hembra humana y como parte de esa defensa nos atribuyamos el poder de nombrarnos como mejor nos sintamos.

No permitamos que conviertan nuestra vagina en un orificio.

Somos hembras, preciosa palabra que viene de fémina, cuya raiz significa mamar o amantar. Otras palabras de la familia son felix, fecundo o  filius,  que remiten a fecundidad, felicidad e hijos. Por tanto fémina es la que amamanta o da de mamar, una palabra poderos.

Sin embargo tal vez muchas no sepais que "mujer" viene de mulier que significa aguado o blandengue. Otra palabra de la misma raiz  es molusco, por eso desde que me enteré prefiero decir de mí misma que soy una hembra y no una mujer. 

Me hubiera gustado que Johann hubiera elegido  el nombre de alguna orquidea para nombrar nuestra vagina, pero ya es tarde para arreglar esa mala elección. Sin embargo hoy puedo escoger y escojo usar hembra y vagina antes que mujer con orificios.

Las hembras somos casi la mitad de la población mundial pero todos nosotros, hombres y mujeres hemos llegado al mundo gracias a una vagina, sea en el momento de la concepción o a la hora del parto allí está ella, el canal de la alegría que es la puerta de la vida. 

Isabel Salas