Como siempre he hecho, busco en
la lectura compañía, consuelo, sabiduría o diversión, y como suele suceder,
encuentro un poema que pone mis sentimientos en palabras.
Seguramente, Rubén Darío no
estaba pensando en la maternidad cuando escribió esos versos, pero yo, que
vengo luchando desde hace años por el derecho de las madres a proteger a sus
hijos, encontré en sus palabras el fiel reflejo de lo que tantas mujeres están
viviendo por culpa del tratamiento que se da a la maternidad en los juzgados de
familia. Especialmente cuando se trata de familias donde se han vivido
situaciones de violencia y de malos tratos y se tiene la mala suerte de caer en
las manos de un sistema machista y patriarcal que, cruelmente, finge defender los derechos
de los niños imponiendo el contacto no deseado de estos con sus padres
abusadores.
A la violencia doméstica, verbal,
física o sexual, previamente sufrida en casa se une entonces la violencia
institucional.
Una justicia lenta y colapsada
que hace que a los años de terrorismo intrafamiliar le sigan, despues,
otros años de sufrimiento y de desgaste emocional, psicológico y patrimonial
con los que el maltratador encuentra la manera de seguir maltratando a su
familia.
Miles de mujeres acuden al
sistema buscando protección para ellas y sus hijos, tal y como las campañas
incentivan y en vez de ser protegidas, son acusadas de mentir e incluso de
estar enfermas y sufrir el trastorno que inventó un pederasta llamado Richard
Gardner en la década de los ochenta,
Obligan a los niños a callarse y
los dejan imposibilitados de pedir ayuda amparándose en algo llamado el secreto
de justicia y también obligan a las madres a guardar silencio sobre
los procesos judiciales, negándoles así la posiblidad de pedir ayuda o hacer
una denuncia pública de lo que están sufriendo.
En los juzgados de familia de
varios países, se usan inventos como la constelación familiar o el inexistente
síndrome de alienación parental para obligar a los niños y a sus madres a pedir
perdón a sus maltratadores bajo la amenaza de ser separados caso no colaboren,
se insta a las madres a desmentir sus acusaciones de violencia y abuso
intrafamiliar, se asusta a los niños con apartarlos para siempre de sus madres si insisten
en decir que no quieren ver a sus padres, se burlan de sus sentimientos y a
ambos les aplican, en fin, la cruel terapia inventada por Gardner y que él
mismo llamó terapia de la amenaza, sin intentar disimular cómo
y de qué manera actúa la supuesta y maldita aberración que se sacó de la manga para proteger el mayor interés de los pederastas como él.
A muchas personas les cuesta
creer que esto sea posible y lo entiendo, a mí misma me costaría hacerlo si no
fuera porque lo estoy viviendo muy de cerca.
Me preguntan a menudo porqué
publico tantas cosas sobre violencia doméstica e intrafamiliar si podría estar
escribiendo otras cosas, y la respuesta es muy sencilla, escribo sobre lo que
me interesa, sean orgasmos, besos, o malostratos y lo hago
espontáneamente y cuando el cuerpo me lo pide, sin un plan específico o un
objetivo determinado.
A veces la inspiración llega
recordando un beso, comiendo un helado con mi hija en la playa o leyendo
poesía.
Como hoy, leyendo a Rubén Darío,
sin poderlo evitar pensé en como la relación madre e hijos está siendo
enlodada en algunos juzgados por profesionales sin escrúpulos y como esos
niños y esas madres conocen el valor de su amor, ese diamante que los demás
tratan de dejar churretoso y sucio. Un amor precioso del que se burlan
llamándolo enfermizo y al que amenazan sin compasión.
Dicen en Brasil que la boca habla
de lo que el corazón siente y yo añado que los dedos escriben de lo que el alma
padece. La poesía siempre es una puerta que me transporta a mi mundo interior y
muchas veces, como hoy, me sirve de inspiración para escribir.
La maternidad es parte de mí,
como los besos que he dado y los que aún tengo guardados, como es parte de mí
escribir y como también es parte de mí luchar por lo que creo justo. No tengo
ejércitos pero tengo palabras y sustituyo soldados por textos, sean prosas como
hoy o poemas como otros días.
Y me vienen a la cabeza, para
terminar, otros dos versos mientras escribo; los he repetido mucho en
mi cabeza estos días, como un mantra gandúl, son versos de Juan Mantero, poeta oscense, que me
hacen recordar que la necesidad de ser valiente para defender aquello en lo que
creemos, es indispensable:
porque las podré pasar canutas
pero a corrales
no me devolvieron nunca
Isabel Salas