Ella sentía correr las lágrimas mientras caminaba hacia el coche, le daba vergüenza llorar por la calle y por eso no hacía ademán de limpiárselas, como si ignorándolas y evitando los gestos de manotazos que las apartarían, se hiciesen invisibles a los ojos curiosos de quienes se cruzaban con ella.
Miradas indiscretas.
Molestas.
De adivinos.
Entró dentro del auto y arrancó para alejarse de la escena ridícula. El chorro de aire acondicionado. La radio. Mirarse al espejo. Calmarse.
Que tonta había sido.
Tantos años después y va él y la llama.
Y ella tan imbécil va y atiende.
Años después de sólo comunicarse a través de abogados, de gestores de horarios para visitas y vacaciones de hijos, de mediadores y graduados sociales, él va y la llama y le dice hola.
No levanta la voz.
No grita.
Le habla bonito con la voz suave de antes de los problemas y las peleas. Habla de cosas buenas que están pasando con los hijos, pregunta como está ella y la deja responder sin interrumpir, le cuenta del trabajo, del coche que se cala, del primo cura que parece que es gay y se sale de cura. Ya se ha curado dice...y se ríe.
Ella hace tanto tiempo que no escucha su voz sin discutir que está atontada, le extraña y casi espera que sea un truco para pedirle algo referente a los niños, cambiar el orden de algún festejo para organizar un viaje...algo así, pero no.
Él sigue hablando y conversando. Ríe de nuevo y ella se sorprende bajando la guardia y entrando en el clima de cordialidad.
Él habla más que ella , pero de pronto en medio de una frase, ambos se ríen. El sonido de sus dos risas juntas es para ella como un puñetazo.
Lo quiso tanto. Le dolió tanto todo.
La crisis, la otra crisis, los engaños, verlo salir de casa para ver a la otra, verlo volver, escuchar sus mentiras. Las peleas, los gritos, los reproches.
Y ahora la risa de ambos se sale de las bocas, se mete por las ondas de la tecnología y hace que se revivan sin previo aviso todas las emociones contenidas, supuestamente superadas y olvidadas.
La excusa boba, debo dejarte, la batería. Adiós.
Dentro del coche, una mujer llora.
Al otro lado de la ciudad, en otro coche, un hombre serio mira la pantallita del teléfono. Llamadas realizadas, el nombre de ella. ¿Qué impulso raro lo inspiró a llamarla?Han hablado tan bien... han conversado como hacía años, todo estaba perfecto hasta que las risas se juntaron y él se vio transportado al centro de otras risas de hacía mucho tiempo.
Quiso parar pero no hizo falta que inventase una excusa. Por suerte la batería de ella se estaba terminando y ella se despidió.
Y de pronto lo invade una ola de lágrimas y llora como lloran los hombres.
Con fuerza.
Con sorpresa.
Deja el teléfono y arranca.
El chorro de aire acondicionado. La radio. Mirarse al espejo.
Recomponerse.
Dentro del coche, un hombre llora.
Isabel Salas