sábado, 29 de abril de 2017

EL MAYOR DE TODOS



Dicen que nuestro planeta está lleno de posibles grandes hombres, y él, sin duda, hubiera sido el rey de todos ellos, si los frustrados del mundo hubieran decidido escoger un líder: La mejor y más viva encarnación del "pudo haber sido y no fue" que jamás se vio.

Se llamaba Juan Luciano, y nadie sabía en que curvas del camino se habían ido tronchando una a una, todas las posibilidades perdidas de parecer, a los ojos de todos, el genio que él creía ser cuando cerraba los suyos y se miraba a sí mismo en el espejo ampliado su ego.

Se estrenó en la vida siendo un pésimo hijo, pero convencido de que podría haber sido el mejor de todos, caso su madre lo mereciese. El mal concepto que tenía de ella lo hicieron maltratarla sin piedad, de todas las formas posibles, y según fueron pasando los años, por el mismo motivo, fue despreciando sucesivamente, la posibilidad de ser el mejor amigo, el mejor hermano, el mejor novio, el mejor marido o el mejor jefe, ya que nadie era lo suficientemente bueno para justificar el esfuerzo que él debería invertir para cumplir tan loable objetivo.

Vivió engañándose a sí mismo y cuentan las malas lenguas que, borrachera tras borrachera, se fue burlando de los demás recordándoles que eran ellos, mediocres amigos, pésimas novias o detestables esposas quienes no merecían la pena ni el sacrificio para que él, pudiera ser el excelente esposo, novio, hermano o camarada que, sin duda, sabría ser.

Cegado por su soberbia no supo reconocer ninguna de las oportunidades que la vida, generosamente y con admirable insistencia, le fue brindando.  Nadie se quedó  a su lado el tiempo suficiente para comprobar si realmente él conseguiría ser el mejor en algo, y todos se fueron alejando, poco a poco, convencidos de que era el peor en muchas categorías.

Ninguna de las mujeres que pasaron por su vida, permaneció a su lado el tiempo suficiente para apreciar esas dotes secretas que él con tanto celo guardaba, solamente una, nunca sabremos si la más ingenua o la más valiente, aceptó darle el hijo que él tanto deseaba y fue precisamente ella, la que más tiempo sufrió sus rabietas y su arrogancia.

Esperó más que ninguna persona junto a él, convencida de que Juan Luciano no dejaría pasar la gran oportunidad de ser el mejor padre del mundo y trató, suavemente,  de recordarle muchas veces que el mejor padre sabe educar a su hijo y hacerlo feliz, cuidarlo, amparalo y hacerlo sentir seguro. Ella insistía en que para que todo eso se realizara era imprescindible que también la madre se sintiera segura y feliz y esperaba que el pobre necio lo comprendiese antes de que su paciencia se terminara.

Durante años, él se burló de ella y de sus patéticos esfuerzos por ganar unas migajas de cariño, nunca supo entender la nobleza de su corazón ni sus buenas intenciones, trató de ridiculizarla a los ojos del hijo y con el tiempo, maquinó un plan para irse con él, abandonando a la mujer estúpida y ridícula que según él, sólo había servido para darle el hijo tan deseado.

Cuando el niño cumplió los diez años empezó a mover las últimas fichas de su juego diabólico. Estaba dispuesto a abandonar a la inútil aquella a su suerte y demostrarse a sí mismo y a todos que sería el mejor padre del mundo, viviendo con su hijo lejos de la influencia de aquella gorda estúpida y haciendo de él, el hijo perfecto.

Se creía tan inteligente que en ningún momento pensó que su plan pudiera fallar. Unas semanas antes del viaje que había planeado, su mujer se fue llevándose a su hijo con ella.

El viejo Juan Luciano aún no entiende, tantos años después, como aquella burra pudo ser más lista que él, más rápida y más maquinadora. Nunca entendió que ella sólo se dejó llevar por su corazón y no tenía ningún proyecto elaborado; simplemente le dijo a su hijo, que no soportaba más vivir cerca de su padre, y que se quería marchar, que podía escoger quedarse con él si pensaba que estaría mejor que con ella, pues él tenía más dinero y mejores condiciones de darle cosas que ella no podría ofrecerle.

El niño escogió irse con ella y ella se lo llevó.

Ella dudaba mucho poder llegar a ser la mejor madre del mundo, lo único que podía prometer era intentarlo y ser lo mejor posible dentro de sus posibilidades, pero esa promesa no fue hecha a las prisas para convencer al niño de irse con ella, la había hecho en silencio diez años antes cuando lo tomó en sus brazos por primera vez y le dio su primer beso.

El mayor estratega de todos los tiempos, el mejor padre posible, se volvió a quedar en la cuneta de las posibilidades y pasó el resto de su vida reviviendo en su mente la vida que dejó de vivir porque nadie mereció ser testigo de tanta perfección.

Dicen que en los bares donde suele sentarse a beber horas y horas sin hablar con nadie, lo oyen llorar, a veces, cuando articula la única frase coherente de su intermitente borrachera mientras levanta su copa y se desea salud:

- Al mayor gilipollas de todos los tiempos.

Isabel Salas