Me gusta imaginarte así,
caminando helado por un lugar hostil,
pedregoso, hosco,
inhóspito bañil.
Tus zapatos mojados,
tus pies fríos,
tus ojos blindados,
tus hombros caídos.
Y en el centro del alma
la duda eterna,
palpitante,
del que habría pasado,
de haber tenido enjalma
y mano tierna
en aquel cruel instante
en el que para ti
haberme amado
pasó de ser posible
a ser la opción averna.
Isabel Salas