Pensaemas

jueves, 30 de octubre de 2025

TELA DE PENAS DE ARAÑA




Tengo tantas lágrimas dentro, que ni llorar me va a lavar el alma hoy.
Hoy no.
Hoy necesito una lluvia torrencial.
Tropical. 
Que empiece de pronto y se acabe cuando se termine.
Externa. 
Envolvente. 
Espesa.
Contundente...eficaz.

Meterme debajo, mezclarme con ella y dejar que me limpie por fuera.
Que me arranque el barro seco.
Que me arañe, que me dañe, para que por fin duela algo fácil de curar.
Unas heriditas básicas que pueda pintar con mertiolate.

Por dentro me encargo yo, pues ni el agua puede acceder a los recónditos rincones del laberinto íntimo donde estoy metida con mis tristezas.

Es como la guarida de un hurón millonario, pero sin hurón.
Y allí estoy, enredada en la maraña de sentimientos tristes, sin saber como desenredarme y volver a  buscar fuerzas en la flaqueza.
Deben estar debajo de todo el montón.
Seguro. 
Esas fuerzas especiales. 
Boinas verdes.

Dejaré salir mi chorro de penas al mismo tiempo que la lluvia me toque y se confundirán con el agua del cielo.

Mis penas amadas que tanto tiempo llevan conmigo, unas nuevas de hace pocos días, otras antiguas, de la época en que me dijeron que algunos sueños se compran con monedas de comprar elefantes.
Y aún más antiguas, penas de niña, que parecen penas de juguete pero son de verdad y funcionan sin pilas.

Hasta penas heredadas tengo.

De mis abuelas y de sus madres, del pasado lejano. Penas mitocondriales de mujeres que vivieron para que un día yo pudiera vivir, me pasaron sus genes, sus ganas de vivir y sus penas, todo en el mismo kit, como cuando te compras un pinta labios  y te regalan un rimel y no puedes dejar de aceptarlo para que la vendedora no se ponga triste porque es un regalo.

Me gustaría acabar con todo ese arsenal de penas y por fin, poder tener un corazón hecho de carne de corazón y no de tripas.


Isabel Salas













lunes, 20 de octubre de 2025

NO TARDES. MORIREMOS

Lo que veo desde mi ventana cuando voy a la frutería de la esquina.


La escena es gloriosa. El perro, delante, con su carita falsamente triste. Parece entregado al vacío. Se nota que, internamente, está protagonizando un videoclip de los años noventa, donde la chica se acaba de ir y él la mira alejarse con su guitarra y su camiseta favorita.

Él siempre fue así; nació con esa expresión de pesar ancestral. Su expresión dice: “yo amé más, pero ella supo irse mejor”. Ni siquiera está desolado de verdad, solo estéticamente derrotado. Sabe que voy a comprar y que tardaré poco en volver. 

Cuando llegó a nuestra casa analizamos varios posibles  nombres, pero al final se llama Perrito, porque es perro y chico de tamaño. Lo único malo de llamarse así es que cuando nos preguntan cómo se llama parece que estamos diciendo la especie y no su nombre. Por lo demás es como un bonsay de Golden, precioso.

Trás él, la gata... con esa mirada científica, considerando si escribir una reseña negativa sobre la actuación del perro y mi forma de alejarme en su blog secreto de crítica emocional felina.

Su cara lo dice todo. Atónita, porque claramente no esperaba que la telenovela perruna llegara a ese punto de melancolía. Interesada, pero sin involucrarse, como quien ve un incendio desde la comodidad de su terraza con un gin-tonic en la mano.
Y arrogante, por supuesto, porque los gatos podrían ver la caída de un imperio y, aun así, parecer que no están impresionados. Y más ésta, llamada Fortuna: gris, majestuosa, caprichosa, mimosa y parlanchina.

Está evaluando la evolución emocional del perro como un proyecto fallido de su tesis. Esa mirada no juzga pero clasifica. Si pudiera hablar, empezaría sus frases con: “Mira, no es por ser cruel, pero...”.

Que yo salga media hora o cinco días le es (aparentemente) indiferente.

Los gatos no hacen nada para gustarnos, y, aun así, lo logran. Las gatas, tal vez, sean aún más jodidas. Son el equivalente emocional de alguien que te ignora en una fiesta el viernes y te hace pensar todo el fin de semana en cada uno de sus gestos, su sonrisa, su forma de andar y su mirada de hielo que ni te registró.
Esta es la verdad que molesta a los amantes de otras especies:

Entre los dos, podrían protagonizar una serie francesa de seis capítulos sobre la alienación urbana, narrada por un pez betta que vive en un vaso de agua. Blanco y negro. Nadie sonríe nunca. Solo Fortuna, una vez, pero no lo sabremos seguro porque la cámara se enfoca en el reflejo de una ventana.

El linaje del perro es pequinés mestizo. Eso me hace respetarlo. No cualquiera puede nacer con cara de poema sin escribir.

Isabel Salas

miércoles, 8 de octubre de 2025

DIEGO



Diego lloraba detrás del muro que él mismo había levantado.

Sus lamentos rompían el corazón de los que desde fuera escuchaban aquellos gritos tan tristes. Sus sollozos exhalaban soledad y suplicaban por amor.

Una mujer, conmovida por su dolor y enamorada de su aparente sinceridad, le pidió un día que la dejase entrar. Él escuchó atento la propuesta y analizó detenidamente las consecuencias de dejarla entrar. Por una lado ella atendia

después levantó más alto el muro, mucho más alto, con mucho esfuerzo. Descansó unas horas y tras recuperarse recomenzó su rutina de gritos y lamentos.

El muro funcionó.

Nadie más volvió a interrumpir su agonía.

Isabel Salas




miércoles, 1 de octubre de 2025

TAL VEZ GROUCHO MARX

A lo mejor es sólo un poema
o a lo mejor no.

Puede ser un río de lava que quema,
o una cuerda que tire de ti
hecha con la piel,
de la hiel,
de un fonema.

O tal vez, me pongo,
y resulta,
que dejo que escriban mis tripas
en vez de mis dedos.

Y por arte y gracia de tres mil chiripas
se acaba mi miedo
y vuelves,
y plantas tus uvas, de nuevo,
en nuestro precioso viñedo.

Puede ser que parezca 
un poema más,
pero a lo mejor
es mi amor gritando
o tal vez 
Groucho Marx.

Es mi alma rogando, llorando
tal vez suplicando,
o quizás,
ganas de volver,
desandar lo andado
para amanecer
en la misma cama 
y en el mismo ayer.

Pueden parecer 
nada más que palabras,
que se forman 
sin poder evitar traicionar
el secreto,
pero son mucho más.

Son todos mis trucos,
mis abracadabras,
intentando que el mago aparezca
y te traiga y quieras
evitar que perezca
la motita de amor que aún palpita,
preciosa y chiquita,
llena de pasión,
en la esquina del arpa olvidada
de mi corazón.

Tal vez pienses que es,
 nada más que otra vez, un poema,
o tal vez,
Groucho Marx, 
puedas ver.

Isabel Salas