Pensaemas

lunes, 20 de octubre de 2025

NO TARDES. MORIREMOS

Lo que veo desde mi ventana cuando voy a la frutería de la esquina.


La escena es gloriosa. El perro, delante, con su carita falsamente triste. Parece entregado al vacío. Se nota que, internamente, está protagonizando un videoclip de los años 2000, donde la chica se acaba de ir y él la mira alejarse con su guitarra y su camiseta favorita.

Él siempre fue así; nació con esa expresión de pesar ancestral. Su expresión dice: “yo amé más, pero ella supo irse mejor”. Ni siquiera está desolado de verdad, solo estéticamente derrotado. Sabe que voy al mercado y que tardaré un poco en volver. Pensamos varios nombres cuando llegó, pero al final se llama Perrito, porque es perro y chico de tamaño.

Y, atrás, la gata... con esa mirada científica, considerando si escribir una reseña negativa sobre la actuación del perro en su blog secreto de crítica emocional felina.

Su cara lo dice todo. Atónita, porque claramente no esperaba que la telenovela perruna llegara a ese punto de melancolía. Interesada, pero sin involucrarse, como quien ve un incendio desde la comodidad de su terraza con un gin-tonic en la mano.
Y arrogante, por supuesto, porque los gatos podrían ver la caída de un imperio y, aun así, parecer que no están impresionados. Y más ésta, llamada Fortuna: gris, majestuosa, caprichosa, mimosa y parlanchina.

Está evaluando la evolución emocional del perro como un proyecto fallido de su tesis. Esa mirada no juzga pero clasifica. Si pudiera hablar, empezaría sus frases con: “Mira, no es por ser cruel, pero...”.

Que yo salga media hora o cinco días le es (aparentemente) indiferente.

Los gatos no hacen nada para gustarnos, y, aun así, lo logran. Las gatas, tal vez, sean aún más jodidas. Son el equivalente emocional de alguien que te ignora en una fiesta el viernes y te hace pensar todo el fin de semana en cada uno de sus gestos, su sonrisa, su forma de andar y su mirada de hielo que ni te registró.
Esta es la verdad que molesta a los amantes de otras especies:

Entre los dos, podrían protagonizar una serie francesa de seis capítulos sobre la alienación urbana, narrada por un pez betta que vive en un vaso de agua. Blanco y negro. Nadie sonríe nunca. Solo Fortuna, una vez, pero no lo sabremos seguro porque la cámara se enfoca en el reflejo de una ventana.

El linaje del perro es pequinés mestizo. Eso me hace respetarlo. No cualquiera puede nacer con cara de poema sin escribir.

Isabel Salas